viernes, 31 de enero de 2014

Pincelada de Hölderlin

"El frío y la noche cubrirían la tierra, y el alma se hundiría en la miseria, si los buenos dioses no enviaran de cuando en cuando al mundo a tales adolescentes para rejuvenecer la marchita vida de los hombres."


De 'La muerte de Empédocles´

jueves, 30 de enero de 2014

Descripción de un aquelarre


El demonio, para propagar esta abominable y maldita seta, se aprovecha de los brujos más antiguos y más ancianos, que con mucho cuidado se ocupan en ser maestros y enseñadores de ella. Y á los que persuaden que sean brujos no los pueden llevar al aquelarre (que con este nombre llaman á sus ayuntamientos y conventículos, y en el vascuence suena tanto como decir prado del Cabrón; porque el demonio, que tienen por dios y señor en cada uno de los aquelarres muy ordinario se les aparece en ellos en figura de cabrón), sin que primero consientan en que serán brujos, y siendo de edad de discreción prometan que harán el reniego. Y habiendo consentido y prometidolo así, en una de las noches que hay aquelarre, va la persona maestra que le ha enseñado y convencido á que sea brujo, á su cama ó parte donde está durmiendo ó despierto, como dos ó tres horas antes de media noche, y habiéndole despertado primero si duerme, le unta con una agua verdinegra y hedionda las manos, sienes, pechos, partes vergonzosas y plantas de los pies, y luego le lleva consigo por el aire, sacándolos por las puertas ó ventanas que les abre el demonio, ó por otro cualquier agujero ó resquicio de la puerta, y con grande velocidad y presteza llegan al aquelarre y campo diputado para sus juntas, donde lo primero presenta al brujo novicio al demonio, que [...] se representa en figura de hombre negro con una corona de cuernos pequeños y tres de ellos son muy grandes, y como si fuesen de cabrón, los dos tiene en el colodrillo y el otro en la frente, con que da luz y alumbra á todos los que están en el aquelarre, y la claridad es mayor que la que da la luna, y mucho menos que la que da el sol, y la que basta para que todas las cosas se vean y conozcan [...] y cuando la bruja maestra le presenta el novicio le dice: Señor, este os traigo y presento; y el demonio se le muestra agradecido, y dice que le tratará bien, para que con aquel vengan muchos más. Y luego le mandan hincar de rodillas en presencia del demonio, y que reniegue en la forma y de las cosas que la bruja su maestra le lleva industriado, y diciéndole el demonio las palabras con que ha de renegar, las va repitiendo, y reniega lo primero de Dios, de la Virgen Santa María, su madre, de todos los santos y santas, del bautismo y confirmación y de ambas las crismas, y de sus padrinos y padres, de la fe y de todos los cristianos, y recibe por su dios y señor al demonio; el cual le dice que de allí adelante no ha de tener por su dios y señor al de los cristianos sino á él que es el verdadero dios y señor que le ha de salvar y llevar al paraíso. Y luego le recibe por su dios y señor, y le adora besándole la mano izquierda, en la boca y en los pechos, encima del corazón y en las partes vergonzosas, y luego se revuelve sobre el lado izquierdo, y levanta la cola (que es como la que tienen los asnos), y descubre aquellas partes, que son muy feas y las tiene siempre sucias y muy hediondas, y le besa también en ellas debajo de la cola. Y luego el demonio tiende la mano izquierda, y bajándosela por la cabeza hacia el hombro izquierdo ó en otras diferentes partes del cuerpo (según que á él le parece), le hace una marca, hincándole una de sus uñas, con que le hace una herida, y saca sangre, que recoge en algún paño ó en alguna vasija, y el novicio siente de la herida muy gran dolor, que le dura por más de un mes, y la marca y señal por toda la vida; y después en la niñeta de los ojos con una cosa caliente, como si fuese de oro, le marca (sin dolor) un sapillo, que sirve de señal con que se conocen los brujos unos á otros. [...] También es cosa notable que la marca que el demonio les hace, es de tal condición, que con ella les amortigua la parte por donde entra la uña del demonio; de manera que aunque por ella les metan una aguja ó alfiler, no sienten dolor ninguno. [...]
    Acabado de hacer el reniego, el demonio y demás brujos ancianos que están presentes advierten al novicio que no ha de nombrar el nombre de Jesús ni de la Virgen Santa María, ni se ha de persignar ni santiguar, y luego le mandan que se vaya á holgar y bailar con los demás brujos alrededor de unos fuegos fingidos que allí el demonio les presenta, y les dice que aquellos son los fuegos del infierno, y que entren y salgan por ellos, y verán como no queman ni dan pena ninguna; y que así pues no hay más pena que aquella en el infierno, que se huelguen y hayan placer, y no teman de hacer cuanto mal pudieren; pues los fuegos del infierno no queman ni hacen mal ninguno: con que se animan á cometer todo género de maldades, y se huelgan y entretienen bailando y danzando al son de tamborino y flauta [...] hasta que es hora de cantar el gallo, después de media noche, que se vuelven todos á sus casas acompañados de sus sapos vestidos, y se deshace la junta [...].
    En las vísperas de ciertas fiestas principales del año, que son las tres Pascuas, las noches de los Reyes, de la Ascensión, Corpus Christi, Todos Santos, la Purificación, Asunción y Natividad de nuestra Señora, y la noche de San Juan Bautista, se juntan en el aquelarre á hacer solemne adoración al demonio, y todos se confiesan con él, y se acusan por pecados de las veces que han entrado en la iglesia, misas que han oído, y de todo lo demás que han hecho como cristianos, y de los males que pudiendo han dejado de hacer. Y el demonio los reprende gravemente por ello, y les dice que no han de hacer cosa ninguna de cristianos. Y entre tanto los criados del demonio (que son otros demonios del mismo talle y figura que el del aquelarre, aunque más pequeños, y de ordinario son seis ó siete, y cuando son menester se aparecen allí muchos en gran cantidad) ponen un altar con un paño negro, viejo, feo y deslucido, por dosel, y en el unas imágenes de figuras del demonio, cáliz, hostia, misal y vinajeras, y unas vestiduras como las que usan en la iglesia para decir misa [...]. Y luego prosigue su misa, y le hacen ofertorio, sentándose para ello en una silla negra que allí ponen; y la bruja mas antigua y preeminente (reina del aquelarre) se pone á su lado con un portapaz en la mano, en que está pintada la figura del demonio, y en la otra mano una vacinilla como las que usan en las iglesias con que piden para alumbrar los santos, con una cadena como de oro al cuello, que en cada uno de los dichos eslabones tiene esmaltada la figura del demonio, y todos los brujos, comenzando por sus antigüedades y preeminencias, van á ofrecer cada uno por sí, haciendo tres reverencias al demonio con el pié izquierdo hasta llegar á hincar las rodillas en el suelo, y luego besan la figura del demonio en el portapaz, y echan en la vacinilla el dinero que llevan para ofrecer, y [...] luego se hincan de rodillas junto á él, y le besan la mano izquierda y los pechos encima del corazón, y dos brujos que hacen el oficio de caudatarios le alzan las faldas para que le besen en las partes vergonzosas, y revolviéndose el demonio sobre la mano izquierda, le alzan la cola y descubren aquellas partes que son muy sucias y hediondas, y al tiempo que le besan debajo de ella tiene prevenida (que les da) una ventosidad de muy horrible olor, lo cual por la mayor parte nace siempre que le besen en aquellas partes [...]. Luego que el demonio acaba su misa, los conoce á todos, hombres y mujeres, carnal y sométicamente [es decir: sodomíticamente] [...]. Y luego que el demonio acaba de cometer las dichas maldades, y otras muy abominables que se dejan de referir, los brujos se mezclan unos con otros, hombres con mujeres, los hombres con hombres, sin consideración á grados ni á parentescos; y el demonio los aparea y señala con cuáles se han de juntar en forma de casamiento, diciéndoles: este es bueno para ti, y tú eres buena para este; y en aquellos torpísimos actos se juntan en el aquelarre, y fuera de él, con torpísimas y nefandas maldades, y en sus propias casas, y en los campos, y en otras partes [...]. Y estas mismas maldades hacen y ejercitan en todas las noches siempre que van al aquelarre, y después muchas veces de día, después de haber comido; fingiendo que están hilando, lavando los platos, ó en otros actos semejantes, ó saliéndose á pasear hacia el campo, el demonio los arrebata, y llevándolos cubiertos con sus malas artes (de manera que aunque ellos ven á la gente, no pueden ser vistos), van á cierta parte que tienen señalada para se juntar y mezclar en actos torpes y deshonestos los unos con los otros, y con el demonio. Y en sus casas de día ni de noche no los echan menos aunque duermen en una misma cama, porque de noche el demonio echa sueño á los maridos ó á las mujeres que no son brujos, de manera que no pueden despertar; y en el lugar que desocupa el brujo, cuando van al aquelarre, se pone un demonio de su mismo talle y figura, que está allí representando su persona hasta que vuelven, y cuando vienen les dice las cosas que han sucedido mientras han estado ausentes.


Auto de fe celebrado en Logroño los días 6 y 7 de noviembre de 1610

miércoles, 29 de enero de 2014

Semíramis

La leyenda de la reina de Babilonia, Semíramis, nos ha sido transmitida por Diodoro de Sicilia. Cuenta Diodoro que en Ascalón (Siria) era venerada una diosa que pasaba por habitar un lago cercano a la ciudad. Esta diosa, llamada Derceto, tenía rostro de mujer, pero en lo restante su cuerpo era el de un pez. Afrodita, que tenía motivos de resentimiento contra ella, le había inspirado una violenta pasión por un joven sirio, Caístro, del cual tuvo una hija. Pero al nacer ésta, Derceto, avergonzada, abandonó a la niña, mató al padre, y ella se escondió en el fondo del lago. Unas palomas criaron milagrosamente a la niña, robando a los pastores de las cercanías la leche y luego el queso necesario para alimentarla. Finalmente, los pastores descubrieron a la criatura, que era hermosísima, y la llevaron a su jefe, el cual le puso por nombre Semíramis, es decir, en lengua siria, <<que viene de las palomas>>.
    Semíramis era ya una joven cuando un consejero del rey, Ones, fue encargado por éste de inspeccionar los apriscos. Vio a Semíramis en la casa del jefe de los pastores y se enamoró de ella. La llevó con él a Nínive, la hizo su esposa y tuvo con ella dos hijos: Hiápate e Hidaspe. Semíramis, mujer de gran inteligencia, aconsejaba a su marido con tanto acierto, que a éste le salían bien todas sus empresas. Por esta época el rey Nino, que ocupaba el trono de Babilonia, emprendió una expedición contra la Bactriana; pero sabiendo que se trataba de una conquista difícil, reunió un poderoso ejército. El primer contacto le fue adverso, mas, pese a esta primera derrota, logró imponerse en el país gracias a sus numerosas tropas, y sólo resistió largo tiempo la ciudad de Bactras, que era la capital del país. Ones, el esposo de Semíramis, que formaba parte del ejército y echaba de menos a su esposa, ordenó que acudiera a su lado. Semíramis formuló algunas observaciones acerca de cómo se llevaba el asedio. Vio que los ataques se dirigían contra el llano, y, en cambio, tanto los asaltantes como los defensores descuidaban la ciudadela. Púsose al frente de un grupo de soldados de montaña y, trepando por los acantilados que defendían la plaza, consiguió tomar por la espalda las defensas enemigas. Los sitiados, aterrorizados, se rindieron. Nino quedó admirado ante el valor y habilidad de Semíramis, y muy pronto su gran belleza hizo nacer en él el deseo de tenerla por esposa. Ofreció a Ones darle a cambio a su propia hija Sosana. Ones rehusó. Nino lo amenazó entonces con arrancarle los ojos, y el marido, desesperado, se ahorcó. Nino se casó, ya sin dificultad, con Semíramis, la cual le dio un hijo, llamado Ninia. Cuando Nino murió le sucedió su esposa.
    La reina comenzó por mandar erigir a Nino un mausoleo espléndido en la llanura del Éufrates, en la propia Nínive. Después resolvió edificar para sí una ciudad en el llano de Babilonia. El trazado de la nueva ciudad se extendía a ambas márgenes del río. La circunferencia tenía una longitud de sesenta y seis kilómetros, y sobre las murallas podían pasar seis carros de frente. La altura de los muros era de unos cien metros, aunque algunos historiadores les asignaban una altura mucho menor. Había doscientas cincuenta torres para defender el recinto. El Éufrates fue atravesado por un puente de novecientos metros de largo y bordeado de grandes muelles en una extensión de treinta kilómetros. A cada extremo del puente se construyeron castillos fortificados, destinados a residencia de la reina; ésta mandó unir los castillos por medio de un túnel excavado debajo del río, a cuyo efecto se había desviado su curso. En la ciudadela de uno de estos castillos, el de occidente, la reina mandó construir sus famosos jardines colgantes -aunque otra tradición cuenta de modo muy distinto el origen de estos célebres jardines de Babilonia-. Según esta nueva versión, sería una reina de Asiria posterior a Semíramis y oriunda de Persia la que habría pedido a su esposo le devolviese la imagen de los <<paraísos>>, los grandes parques de su patria. Diodoro nos ofrece la descripción de estos jardines. Estaban formados por la superposición de terrazas cuadradas, a la manera de las gradas de un anfiteatro. Cada terraza descansaba sobre galerías abovedadas con piedra de talla, recubiertas de una espesa capa de plomo que servía de base a la tierra vegetal. En el interior de estas galerías, como otros tantos pórticos abiertos sobre una terraza, se habían dispuesto los aposentos reales. Un sistema de máquinas hidráulicas elevaba el agua del río para asegurar la irrigación del conjunto.
    Semíramis mandó también edificar muchas ciudades a orillas del Éufrates y del Tigris. Luego partió, al frente de un considerable ejército, en dirección a Media. En el curso de esta expedición mandó establecer un gran parque frente al monte Bagistán, y después otro, algo más lejos, junto a una peña de forma curiosa. Prosiguió su camino, señalándolo con obras de arte de toda especie, especialmente en Ecbatana, que dotó de fuentes. Se atribuían a su iniciativa todos los montículos de tierra y todas las antiguas rutas cuyo origen se desconocía. De este modo recorrió el Asia entera, trasladándose a continuación a Egipto para consultar al oráculo de Amón. Al preguntarle cuándo moriría, el oráculo respondió que sería arrebatada del mundo de los vivos cuando su hijo Ninia conspirase contra ella. Conquistó entonces Etiopía, y, cansada, regresó a su tierra, Bactras, teatro de sus primeras gestas. Pero allí concibió el proyecto de conquistar la India, y durante varios años hizo extraordinarios preparativos. Consiguió franquear el Indo, pero pronto fue derrotada y, herida, tuvo que huir, sin que el enemigo se atreviese a perseguirla del lado opuesto del río. Poco tiempo después, su hijo Ninia urdió una conspiración contra ella, con los eunucos de palacio. Semíramis, recordando el oráculo de Amón, entregó el imperio a su hijo y desapareció. Se pretendía que había sido transformada en paloma y llevada al cielo para ser divinizada.


Pierre Grimal; Diccionario de mitología


lunes, 27 de enero de 2014

Irrupción de los mongoles en Oriente Próximo


El gran Imperio mongol no tuvo parangón en la historia ni antes ni después. No sólo resultaba asombroso por su tamaño, sino por la explosiva celeridad con la que surgió. Fue precisamente esta expansión extraordinariamente rápida la que llevó a los musulmanes a infravalorar su peligro, sobre todo mientras se interpuso entre ellos el reino hwarizmí. Los mongoles, un pueblo nómada dividido en varias tribus, procedían, como los turcos, de las áridas estepas que se extendían entre el lago Baikal y los montes Altai. Hicieron su primera aparición en la historia en el siglo X, cuando se expandieron hacia el sur y los hitai, expulsados por ellos, establecieron en el norte de China el reino de los liao, destruido hacia 1125, tras lo cual los liao se replegaron hacia el oeste y constituyeron el reino de los qara hitai al este del Jaxartes. Tras este primer contacto con la cultura china, los mongoles volvieron a verse involucrados en un caos de luchas tribales. Su ascenso meteórico se inició poco después de 1200. En el plazo de una década, Temüyin, uno de sus jefes, se había convertido en señor de las tribus mongolas. En el año 1206 una asamblea popular le eligió gran kan de todos los mongoles con el título de Yingiz Kan, poco claro desde el punto de vista lingüístico. A partir de este momento, las enormes masas mongolas pasaron a considerarse como una unidad política; creían en una misión divina: unir el mundo bajo dominio mongol (<<un sol en el cielo, un señor sobre la Tierra>>). Yingiz Kan organizó su Imperio en pocos años. Recopiló la tradición legal mongola en un código, el llamado Yasak, que protegía la propiedad privada con penas draconianas. El ejército estaba organizado en grupos y múltiplos de diez, con lo que las decenas de miles de sus efectivos constituían unidades operativas autónomas. Además de su temerario arrojo, que despreciaba la muerte, su fuerza residía en su extraordinaria movilidad, que permitía a los jinetes mongoles atacar al adversario antes de que éste hubiese organizado su defensa. Las puntas perforadas de sus <<lanzas sibilantes>> producían al viento un fragor que despertaba miedo y espanto. Una férrea disciplina mantenía unido al ejército, que en el curso de la conquista se fue reforzando cada vez más con unidades turcas. La estrategia de los mongoles era de una brutalidad extrema. Uncían a sus súbditos sin ninguna consideración para transportar enormes cantidades de material de asedio. Bastaba que no hubiesen capitulado desde un principio para que los habitantes de las ciudades conquistadas fueran degollados en su mayoría. Los hombres aptos para la lucha podían contar, en el mejor de los casos, con que los mongoles los utilizasen en posteriores asedios como escudos humanos. Las mujeres y los niños eran esclavizados, y sólo aquellos que tuviesen alguna capacidad técnica y les fuesen útiles a los conquistadores podían esperar misericordia. De este modo, los nómadas mongoles destruyeron la prosperidad económica y cultural del Asia Central, que descansaba en una antigua cultura urbana, y separaron definitivamente el Irán persa del mundo árabe, mientras que más al este, seducidos por la superioridad de la cultura china, adoptaron sus usos y costumbres.


                                                                                                 Hans Eberhard Mayer

viernes, 24 de enero de 2014

Pincelada de Sebastián de Covarrubias y Orozco

"El alquimista vela noche y día
Obseuando del cielo el movimiento
Y con especial Filosophia
Va dando a su hornaça fuego lento
Hasta hazer la metamorfolia
De Mercurio, en el Sol, por uno, ciento
Promete, passa día, mes y año
Ytandem, viene a ser burla y engaño."

jueves, 23 de enero de 2014

Solanáceas II

(...)
El beleño tiene efectos parecidos a los de la belladona. Es un antiespasmódico potente, sedativo del sistema nervioso, y un narcótico. Esta planta crece al borde de los caminos. El fruto es una baya con semillas grisáceas de olor penetrante y nauseabundo. Tradicionalmente, con las hojas del beleño se preparan tés o decocciones. Las bayas se utilizan como las de la belladona, esto es, se aspira el vapor que producen al quemarse. Desde tiempos muy remotos se conocía la propiedad del beleño para mitigar el dolor; se empleaba, por ejemplo, para mitigar los sufrimientos de los sentenciados a tortura y muerte, ya que tiene la ventaja de inducir a un estado de completa inconsciencia. Por el mismo motivo, se usaba en casos de hipocondría, cólico de plomo, enajenación mental, epilepsia, neuralgias y convulsiones, y también para el dolor de muelas; por eso se la llamaba a veces hierba de Santa Apolonia: dicha santa, cuya fiesta se celebra el 9 de febrero, se consideraba protectora de la dentadura, ya que, según se decía, le arrancaron los dientes porque no quería sacrificar a los ídolos.
    La mandrágora se parece mucho a las otras solanáceas. En la medicina antigua sus hojas, hervidas en leche, se aplicaban a las úlceras; la raíz fresca se usaba como purgante; macerada y mezclada con alcohol, se administraba oralmente para producir sueño o analgesia en dolores reumáticos, ataques convulsivos e incluso melancolía. En tiempos de Plinio, ya se empleaba como anestésico; se le daba al paciente un pedazo de raíz para que la comiera antes de realizar una operación. La mandrágora tiene, sin embargo, unas características propias que le confieren un lugar aparte en la familia de las solanáceas; además de sus virtudes sedativas, se le atribuyen otras de carácter muy distinto: tiene fama de combatir la infertilidad, creencia que utilizó Nicolás Maquiavelo en una comedia, llamada precisamente La mandrágora, cuya trama gira en torno a las vicisitudes de una pareja estéril que piensa aprovechar la planta, pero que es víctima -por lo menos el marido- de un charlatán. Su forma contribuye a conferirle una fama especial en el mundo de la magia. Esta planta, que crece en bosques sombríos, a la vereda de ríos y arroyos donde la luz del Sol no penetra, tiene, en efecto, una raíz gruesa, larga, generalmente dividida en dos ramificaciones, de modo que presenta cierta semejanza con un cuerpo reducido al tronco y a las piernas. Por eso se divulgó la creencia entre el pueblo de que se trataba de una especie de embrión humano al que era posible dar vida con métodos apropiados. Se decía también que crecía preferentemente debajo de las horcas, pues era el fruto de la fecundación del suelo por el semen de un ahorcado virgen. Dadas aquellas circunstancias, su extracción se consideraba como altamente peligrosa; se creía que, cuando la arrancaban del suelo, el hombrecillo encerrado en ella despedía gritos lastimeros y agudos gemidos, clamores que podían matar al que intentaba extraer la raíz. Había, pues, que proceder con precauciones infinitas para evitar cualquier percance. Documentos antiguos describen la mandrágora como una planta que: <<Adormece el primer día y vuelve loco el segundo>>. Los campesinos le tenían horror porque creían que poseía características humanas. En los textos de magia se habla de ella con verdadero culto. Contribuyeron mucho a la celebridad de esta planta los charlatanes que vendían su raíz a altísimos precios, gracias a las cualidades que le atribuían y a las que el vulgo daba completo crédito.


                                                                                                              Joseph Pérez

lunes, 20 de enero de 2014

De cómo Imbaun habló de la Muerte al Rey

Una peste tan terrible recorría las calles de Aradec que el Rey, mirando por las ventanas de su palacio, veía morir a los hombres. Y cuando el Rey vio la Muerte, tuvo miedo de que, algún día, el Rey llegase a morir. Ordenó a sus guardias que le llevaran al profeta más sabio que pudieran encontrar en Aradec.
    Los heraldos acudieron al Templo de Todos los Dioses salvo Uno y anunciaron en voz alta, tras haber ordenado silencio: <<Rhazahan Rey de Aradec Príncipe titulado de Ildun e Ildaun, y Príncipe conquistador de Phatia, de Ezek y de Azhan, Señor de las Colinas, envía sus saludos al Gran Profeta de Todos los Dioses salvo Uno>>.
    Luego, llevaron a éste ante el Rey.
    El Rey le dijo al Profeta: <<¡Oh, Profeta de Todos los Dioses salvo Uno! ¿Voy a morir?>>.
    Y el Profeta respondió: <<¡Oh, Rey! Tu pueblo no puede ser siempre feliz, y algún día el Rey morirá>>.
    Y el Rey respondió: <<Puede, pero es cierto que  vas a morir. Puede que yo muera algún día, pero hasta ese día, la vida de la gente está en mis manos>>.
    Entonces los guardias se llevaron al Profeta.
    Y aparecieron en Aradec profetas que no les hablaron de la muerte a los Reyes.


Edward John Moreton Drax Plunkett, Lord Dunsany


domingo, 19 de enero de 2014

Obra de íberos


El nuestro Hermes dice que es el Cielo
E Tierra, mas otros home é muger,
E del Matrimonio suelen façer
Otros Enigmas que sirven de velo;
El infimo Glovo mostrado en el suelo
Le llaman algunos de Agua ó de Tierra;
Otros el frio que al Cálido encierra;
Tanto los Sabios ovieron recelo.

El antiguo Chaos, á mi parecer,
De quatro Elementos bien conglutinado
A este Compuesto es asemejado
Quando diviso se viene á façer
El Cielo y la Tierra por si viene á ser
Una Quinta esencia, esencia de todo,
Porque esta Materia es en atal modo,
ca todas las cosas viene á componer.

En esta Materia se fallan unidos
los quatro Elementos en partes iguales
Ca si unos caminan, los otros son tales,
Ca en pos unos de otros se van conducidos:
Si tanto se iguala con sus individuos,
En qual vegetal, animal ó minero
Podeis hallar cosa mejor como espero
Ca vos será qual fue á los sabidos.


Atribuido a don Enrique de Aragón, marqués de Villena

jueves, 16 de enero de 2014

Leyendas del Sombrerón

El Sombrerón recorre los portales...

En aquel apartado rincón del mundo, tierra prometida a una Reina por un Navegante loco, la mano religiosa había construido el más hermoso templo al lado de las divinidades que en cercanas horas fueran testigos de la idolatría del hombre -el pecado más abominable a los ojos de Dios-, y al abrigo de los vientos que montañas y volcanes detenían con sus inmensas moles.
    Los religiosos encargados del culto, corderos de corazón de león, por flaqueza humana, sed de conocimiento, vanidad ante un mundo nuevo o solicitud hacia la tradición espiritual que acarreaban navegantes y clérigos, se entregaron al cultivo de las bellas artes y al estudio de las ciencias y la filosofía, descuidando sus obligaciones y deberes a tal punto, que, como se sabrá el Día del Juicio, olvidábanse de abrir el templo, después de llamar a misa, y de cerrarlo concluidos los oficios...
    Y era de ver y era de oír y de saber las discusiones en que por días y noches se enredaban los más eruditos, trayendo a tal ocurrencia citas de textos sagrados, los más raros y refundidos.
    Y era de ver y era de oír y de saber la plácida tertulia de los poetas, el dulce arrebato de los músicos y la inaplazable labor de los pintores, todos entregados a construir mundos sobrenaturales con los recados y privilegios del arte.
    Reza en viejas crónicas, entre apostillas frondosas de letra irregular, que a nada se redujo la conversación de los filósofos y los sabios; pues, ni mencionan sus nombres, para confundirles la Suprema Sabiduría les hizo oír una voz que les mandaba se ahorraran el tiempo de escribir sus obras. Conversaron un siglo sin entenderse nunca ni dar una plumada, y diz que cavilaban en tamaños errores.
    De los artistas no hay mayores noticias. Nada se sabe de los músicos. En las iglesias se topan pinturas empolvadas de imágenes que se destacan en fondos pardos al pie de ventanas abiertas sobre panoramas curiosos por la novedad del cielo y el sinnúmero de volcanes. Entre los pintores hubo imagineros y a juzgar por las esculturas de Cristos y Dolorosas que dejaron, deben haber sido tristes y españoles. Eran admirables. Los literatos componían en verso, pero de su obra sólo se conocen palabras sueltas.
    Prosigamos. Mucho me he detenido en contar cuentos viejos, como dice Bernal Díaz del Castillo en <<La conquista de Nueva España>>, historia que escribió para contradecir a otro historiador; en suma, lo que hacen los historiadores.
    Prosigamos con los monjes...
    Entre los unos, sabios y filósofos, y los otros, artistas y locos, había uno a quien llamaban a secas el Monje, por su celo religioso y santo temor de Dios y porque se negaba a tomar parte en las discusiones de aquéllos y en los pasatiempos de éstos, juzgándoles a todos víctimas del demonio.
    El Monje vivía en oración dulces y buenos días, cuando acertó a pasar, por la calle que circunda los muros del convento, un niño jugando con una pelotita de hule.
    Y sucedió...
    Y sucedió, repito para tomar aliento, que por la pequeña y única ventana de su celda, en uno de los rebotes, colóse la pelotita.
    El religioso, que leía la Anunciación de Nuestra Señora en un libro de antes, vio entrar el cuerpecito extraño, no sin turbarse, entrar y rebotar con agilidad midiendo piso y pared, pared y piso, hasta perder el impulso y rodar a sus pies, como un pajarito muerto. ¡Lo sobrenatural! Un escalofrío le cepilló la espalda.
    El corazón le daba martillazos, como a la Virgen desustanciada en presencia del Arcángel. Poco necesitó, sin embargo, para recobrarse y reír entre dientes de la pelotita. Sin cerrar el libro ni levantarse de su asiento, agachóse para tomarla del suelo y devolverla, y a devolverla iba cuando una alegría inexplicable le hizo cambiar de pensamiento: su contacto le produjo gozos de santo, gozos de artista, gozos de niño...
    Sorprendido, sin abrir bien sus ojillos de elefante, cálidos y castos, la apretó con toda la mano, como quien hace un cariño, y la dejó caer enseguida, como quien suelta una brasa; mas la pelotita, caprichosa y coqueta, dando un rebote en el piso, devolvióse a sus manos tan ágil y tan presta que apenas si tuvo tiempo de tomarla en el aire y correr a ocultarse con ella en la esquina más oscura de la celda, como el que ha cometido un crimen.
    Poco a poco se apoderaba del santo hombre un deseo loco de saltar y saltar como la pelotita. Si su primer intento había sido devolverla, ahora no pensaba en semejante cosa, palpando con los dedos complacidos su redondez de fruto, recreándose en su blancura de armiño, tentado de llevársela a los labios y estrecharla contra sus dientes manchados de tabaco; en el cielo de la boca le palpitaba un millar de estrellas...
    -¡La Tierra debe ser esto en manos del Creador! -pensó.
    No lo dijo porque en ese instante se le fue de las manos -rebotadora inquietud-, devolviéndose en el acto, con voluntad extraña, tras un salto, como una inquietud.
    -¿Extraña o diabólica?...
    Fruncía las cejas -brochas en las que la atención riega dentífrico invisible- y, tras vanos temores, reconciliábase con la pelotita, digna de él y de toda alma justa, por su afán elástico de levantarse al cielo.
    Y así fue como en aquel convento, en tanto unos monjes cultivaban las Bellas Artes y otros las Ciencias y la Filosofía, el nuestro jugaba en los corredores con la pelotita.
    Nubes, cielo, tamarindos... Ni un alma en la pereza del camino. De vez en cuando, el paso celeroso de bandadas de pericas domingueras comiéndose el silencio. El día salía de las narices de los bueyes, blanco, caliente, perfumado.
    A la puerta del templo esperaba el monje, después de llamar a misa, la llegada de los feligreses, jugando con la pelotita que había olvidado en la celda. ¡Tan liviana, tan ágil, tan blanca!, repetíase mentalmente. Luego, de viva voz, y entonces el eco contestaba en la iglesia, saltando como un pensamiento:
    ¡Tan liviana, tan ágil, tan blanca!... Sería una lástima perderla. Esto le apenaba, arreglándoselas para afirmar que no la perdería, que nunca le sería infiel, que con él la enterrarían..., tan liviana, tan ágil, tan blanca...
    ¿Y si fuese el demonio?
    Una sonrisa disipaba sus temores: era menos endemoniada que el Arte, las Ciencias y la Filosofía, y, para no dejarse mal aconsejar por el miedo, tornaba a las andadas, tentando de ir a traerla, enjuagándose con ella de rebote en rebote..., tan liviana, tan ágil, tan blanca...
    Por los caminos -aún no había calles en la ciudad trazada por un teniente para ahorcar- llegaban a la iglesia hombres y mujeres ataviados con vistosos trajes, sin que el religioso se diera cuenta, arrobado como estaba en sus pensamientos. La iglesia era de piedras grandes; pero, en la hondura del cielo, sus torres y cúpula perdían peso, haciéndose ligeras, aliviadas, sutiles. Tenía tres puertas mayores en la entrada principal, y entre ellas, grupos de columnas salomónicas, y altares dorados, y bóvedas y pisos de un suave color azul. Los santos estaban como peces inmóviles en el acuoso resplandor del templo.
    Por la atmósfera sosegada se esparcían tuteos de palomas, balidos de ganados, trotes de recuas, gritos de arrieros. Los gritos abríanse como lazos en argollas infinitas, abarcándolo todo: alas, besos, cantos. Los rebaños, al ir subiendo por las colinas, formaban caminos blancos, que al cabo se borraban. Caminos blancos, caminos móviles, caminitos de humo para jugar una pelota con un monje en la mañana azul...
    -¡Buenos días le dé Dios, señor!
    La voz de una mujer sacó al monje de sus pensamientos. Traía de la mano a un niño triste.
    -¡Vengo, señor, a que, por vida suya, le eche los Evangelios a mi hijo, que desde hace días está llora que llora, desde que perdió aquí, al costado del convento, una pelota que, ha de saber su merced, los vecinos aseguraban era la imagen del demonio...
    (...tan liviana, tan ágil, tan blanca...)
    El monje se detuvo de la puerta para no caer del susto, y, dando la espalda a la madre y al niño, escapó hacia su celda, sin decir palabra, con los ojos nublados y los brazos en alto.
    Llegar allí y despedir la pelotita, todo fue uno.
    -¡Lejos de mí, Satán! ¡Lejos de mí, Satán!
    La pelota cayó fuera del convento -fiesta de brincos y rebrincos de corderillo en libertad-, y, dando su salto inusitado, abrióse como por encanto en forma de sombrero negro sobre la cabeza del niño, que corría tras ella. Era el sombrero del demonio.
    Y así nace al mundo el Sombrerón.


                                                                                                      Miguel Ángel Asturias

martes, 14 de enero de 2014

Solanáceas I

La familia de las solanáceas debe su nombre a la palabra latina solanum con la que se designaba la que hoy llamamos hierba mora. Es posible que solanum proceda del verbo solar, solatus sum, solari: consolar, mitigar, aplacar, aliviar, lo cual responde efectivamente al resultado que producen estas plantas; las solanáceas son propiamente las <<consoladoras>>.
    A la hierba mora se la llama también dulzamara, por el sabor que tiene cuando se mastica, entre azucarado y amargo. Es una planta que crece en lugares cultivados, entre escombros y junto a los muros. Las hojas y toda la planta se recogía en verano, cuando había florecido; se dejaba secar en un lugar oscuro y luego se conservaba en un recipiente hermético. Se empleaba como analgésico, antiespasmódico y sedante, para dolores de estómago, hígado y vesícula, y para el tratamiento de las enfermedades de la piel, principalmente el eczema, la psoriasis, las úlceras, el herpes, la artritis, etc. También se solía administrar hierba mora a mujeres embarazadas para provocar el aborto.
    Tres solanáceas son especialmente tóxicas: la belladona, el estramonio y el beleño. La más peligrosa es la primera. Crece a la sombra de los árboles, en colinas boscosas o yacimientos carboníferos; puede alcanzar una altura de metro y medio. Sus flores son de color púrpura oscuro y el fruto -una baya esférica y negruzca del tamaño de una cereza- contiene 0,1% de atropina. De ahí le viene su nombre científico: Atropa belladona, derivado de Atropos, una de las tres Parcas, la que cortaba sin ningún miramiento el hilo de la vida. El principio activo de la Atropa belladona es, en efecto, la atropina, una sustancia particularmente tóxica cuando se usa de manera indiscriminada; administrada en dosis un poco elevadas produce vértigos, náuseas, dilatación de las pupilas, delirios, alucinaciones y, con frecuencia, la muerte. Se supone que la belladona fue empleada para envenenar a las tropas de Marco Antonio durante la guerra de Esparta, según la descripción que Plutarco hizo sobre los extraños efectos que siguen a su uso. Con la misma planta fue envenenado Claudio, el emperador romano. Las ménades de las orgías dionisiacas en la mitología griega se arrojaban con los ojos dilatados a los brazos de los hombres, o bien <<con los ojos de fuego>> caían entre ellos para despedazarlos y comérselos. El vino de las bacanales era adulterado frecuentemente con jugo de belladona. En cuanto al nombre vulgar -belladona-, vendría del uso que las damas romanas hacían de su jugo para tratar el cutis; dilatar la pupila a fin de embellecer la mirada, etc. En la terapéutica herbolaria, la belladona se aplica en caso de neuralgias, tos nerviosa, asma, convulsiones, tos ferina, epilepsia, constricciones espasmódicas y algunas enfermedades de los ojos. En la medicina moderna se ha utilizado para combatir la enfermedad de Parkinson.
    El estramonio -Datura Stramonium- es tan venenoso como la belladona, ya que también contiene atropina. Algunos gramos de sus hojas, tomados en infusión, bastan para causar una muerte atroz, con delirio, alucinaciones, convulsiones y parálisis de los miembros. Aplicada externamente, la planta se utiliza para anestesiar. En uso interno sirve para tratar los espasmos de la musculatura y sedar el sistema nervioso central. Su toxicidad es elevadísima; es la planta que mayor número de intoxicaciones provoca.
(...)


                                                                                                                   Joseph Pérez

viernes, 10 de enero de 2014

El hermano chino de Cristo

El 1 de enero de 1814 nacía en Kuanlupu, una remota aldea china de la provincia de Kuantung, un tipo en apariencia humano. Al menos nada hacía presagiar que Jung Siu-chüan, hijo de unos lugareños, pudiese llegar a ser un dios y además un dios cristiano, y por si fuera poco, el propio hermano de Cristo.
    La metamorfosis no habría sido posible sin el caldo de cultivo de la Guerra del Opio de 1840. Cuando los maoístas revisaron ese periodo, tuvieron razón al criticar el uso que dio el capitalismo al látex de la adormidera, y las enormes ganancias que obtuvieron unos pocos. Ya hacia 1850 la cuestión se había desbordado: <<La cantidad de narcóticos introducidos al país llegó a ser de 50-60 mil cajas por año>>. Un dineral en talees de plata, entre veinte y treinta millones, y la salud de los chinos por los suelos.
    Jung Siu-chüan llegó a creerse de verdad hijo de Dios y hermano de Cristo, pero eso no habría sido posible sin la cortina de humo tejida entre el opio y la propia religión cristiana, la cual se presentaba como salvadora de las humillaciones sufridas por mucha gente durante la guerra y sus secuelas. Jung (el de Kuantung), si por un lado pretendía ser el hermano de Jesucristo, por otro destacó como revolucionario, y los maoístas acabaron canonizándolo, o absorbiéndolo con esa amplitud de mangas intelectuales de la que hacían gala. Después de morir Jung, y de no resucitar, fue declarado pionero del movimiento proletario y hombre progresista ante litteram. No extraña que a Jung se le acabase dedicando una biografía, si no una hagiografía, publicada por expertos de la Facultad de Historia de la Universidad Futan de Shaghai.
    Pues bien, siguiendo los datos de los historiadores maoístas sabemos que Jung, dentro del aislamiento provinciano, se había amamantado intelectualmente él solo, y con libros como Exhortación al perfeccionamiento, que contiene una serie de extractos bíblicos con anotaciones. Al parecer ese libro le causó un gran impacto, y debió de leerlo además cuando cayó enfermo, tal vez de malaria. Las altas fiebres le hicieron delirar y ahí vino la duda de si abjuró de Confucio por esa razón. Después de todo, ¿qué le había hecho Confucio a Jung? Sin embargo, el que sería en el futuro hermano de Cristo empezó a gritar un día: <<¡Mueran los diablos! ¡Mueran!>>. Y aún era peor cuando Jung recitaba poemas de su propia cosecha: <<Tomar el poder para gobernar Cielo y Tierra; / matar los demonios para proteger lo justo y / aliviar las penas del pueblo>>.
    Resulta curioso ver cómo se perfiló en el maoísmo una especie de plus a favor del cristianismo (aunque fuera de un exaltado como Jung), pero precisamente fue para denostar y minusvalorar a Confucio. La ideología de Confucio, tan anquilosada y deudora de tiempos remotos, daba sarpullidos a los maoístas: <<Creando su yen (benevolencia), él [Confucio] elaboró un completo sistema ideológico reaccionario y abogó por el "autodominio y retorno a los ritos", un programa de restauración del viejo orden>>.
    Confucio hablaba de un mandato del cielo sobre la tierra, y de que la riqueza y la gloria venían predestinadas desde lo alto. Esto, con un aire claramente reaccionario, era poco presuntuoso comparado con lo que podía pensar un hombre como Jung que se presentaba como enviado del cielo y que predicaba que <<la Verdad viene de Dios>>.
    Pues bien, al aliarse Jung con el Dios cristiano y en contra de Confucio, convino mucho a los marxistas, y a partir de ahí sus poemas se descodificaron, no como religiosos, sino como expresiones de lucha revolucionaria: <<Apresados en los cepos del Cielo, traidores y sanguijuelas serán eliminados>>.
    Con el triunfo final del maoísmo en China, el odio a Confucio fue moneda corriente pese a encarnar valores muy integrados en el ethos del país desde tiempo inmemorial. Confucio, nacido en Ch'u Fu (Shantung) tal vez en el 551 a.C., escribió Las Analectas, libro de <<conversaciones>> repletas de buen sentido, no sólo de sentido común. Un ejemplo podría ser el significado que tenía la sabiduría para Confucio: <<Cuando sabes algo, reconocer que lo sabes; y cuando no lo sabes, saber que no lo sabes... eso es la sabiduría>>.
    En 1845 Jung ejercía como maestro y empleaba su tiempo libre para escribir. Entre sus muchos libros destaca Doctrinas sobre el movimiento del mundo, un título que da pie a cierta confusión. Jung no trata de la física planetaria, sino que se lanza a una crítica contra la tortura infligida al pueblo por <<... los espíritus y demonios terrenales del sobrenatural sistema clasista del Monstruo Rey del Infierno>>. Jung todavía no era hermano de Cristo, aunque acumulaba méritos crecientes en esa carrera. Tenía por claro y meridiano que el pueblo lo pasaba mal a causa del Monstruo Rey del Infierno, al que identificaba con el Emperador Ching, y de forma vicaria con sus funcionarios. Tiempo después Jung demostró a los habitantes de Siangchou que el llamado <<Rey Kan>>, la estatua de un dios local, no tenía poderes sobrenaturales: cogió una vara de bambú y con ella golpeó al monarca de piedra mientras enumeraba <<... sus diez crímenes. Acto seguido, lo demolieron>>.
    Jung predicaba la equidad entre hombres y países, y su mensaje fue calando y haciendo adeptos, por ejemplo en la región de Kuiping-Kuisien, donde recluto a los cien primeros combatientes de lo que luego sería un formidable ejército. En junio de 1850 ya fueron más de diez mil los miembros del Taiping Tien Kuo, o Reino Celestial de Taiping, y se organizaron en Chintien, al pie de las montañas Tsichinshan. Una de sus cinco normas era: <<Ser desinteresado y servicial y obedecer a los jefes>>. Y otra era de este tenor: <<Coordinar su acción y jamás retroceder en la batalla>>.
    El ejército de Taiping ganó batallas en varias provincias, como Junán, Kuangsí y Kuangtung. Los revolucionarios no sólo tomaban el poder político y militar, sino que proclamaban su <<Calendario Celestial>>, como hicieron en Yungan, y con eso pensaban que cambiaban China hasta las raíces. Todo tenía que ser nuevo en el cómputo del tiempo, y sin llegar a los extremos de Vendimiario, Brumario, Frimario y demás meses del calendario republicano francés, impusieron meses impares de 31 días y meses pares de 30 días hasta formar un singular año de 366 días. La Tierra no tarda en girar tanto como eso, siendo su órbita en torno al sol de 365,25 días. Pero el objetivo de Jung no era tanto el de ponerse exquisito con la astronomía, cuanto el de acabar con las supersticiones, buenas suertes y malas suertes, aparejadas a las viejas fechas.
    Nivoso, Pluvioso, Ventoso... pasaron los meses, los meteoros, como pasó la Revolución francesa bajo el sable de Napoleón, pero Jung era más que eso y más que nadie. El hermano de Jesucristo llegó a mandar un ejército de un millón de hombres y se apoderó de Nanking, rebautizada como Tienching, o Capital Celestial. Poco después, consiguió derrotar al <<Destacamento de los Rifles Extranjeros>>, fuerzas al mando del mercenario norteamericano Frederick Townsend Ward. Después de lo cual Jung tomó nada menos que Shanghai y fue cuando el movimiento Taiping supuso el contrapeso, y el contrapoder, de la dinastía Ching en el país. Siempre con ideas utópicas como abolir el comercio, porque <<... todas las cosas están garantizadas por el Padre Celestial>>. Siguiendo ese camino, los taiping llegaron a la conclusión de que China era indirectamente suya: <<Toda la tierra y las riquezas pertenecían al "Dios Emperador">>.
    Hay quien vio las ideas de los taiping como intentos larvados de comunismo: <<Bajo el cielo, todos los hombres son hermanos, todas las mujeres hermanas>>. Las revoluciones, incluso en fase embrionaria, obtuvieron comentarios positivos por parte de Marx y luego de los maoístas. Messidor, Thermidor, Fructidor... Hay meses para la cosecha revolucionaria, y en el Reino celestial de Taiping todo fue fantástico mientras duró. El hombre que se tenía por hermano de Jesucristo empezó a perder batallas importantes, como la de Anching, aunque luego tuviese a raya al mismísimo capitán Charles George Gordon, que había sucedido a Ward, Burgevine y Holland, jefes mercenarios, y que acabaría siendo famoso por su penosa actuación bélica y por la gloria de su muerte en Jartum. Para Jung, el Cristo chino redivivo, Gordon fue un auténtico azote al conquistar las ciudades cercanas a la Capital Celestial de Taiping. Si bien, fue precisamente a causa de esa hazaña por lo que a Gordon se le concedió el mayor honor de China, el Chaleco Amarillo de Caballero y la Pluma de Doble Ojo de Pavo Real. Al revisar esta parte de la historia, los maoístas criticaron con dureza a Gordon por su capacidad de combinar agresores extranjeros y reaccionarios domésticos <<para reprimir la revolución china>>.
    Al final, nada del cielo ni de la tierra evitó la derrota de Jung. Su capital fue cercada y él animó a la gente a comer hierbas. Eso minó la salud de muchos, en especial la del Cristo chino que, según los maoístas, fue <<presa de una enfermedad que acabó con su vida el 1 de junio de 1864>>. Tenía cincuenta años, pero según otras versiones Jung se suicidó, una manera trágica de culminar una historia extraña y sangrienta como pocas. Los mesianismos traen tragedias para los que se encuentran en medio del delirio. El movimiento Taiping pudo haber generado por activa o por pasiva entre veinte y cincuenta millones de muertos, una hecatombe sin precedentes hasta que llegó la segunda guerra mundial, y sepultó con sus horrores muchos tomos de la historia universal de la iniquidad.
    Confucio tenía un diagnóstico modesto, pero no despreciable: <<Dijo Tseng Tzu: talentoso, aunque buscando sabiduría en los ignorantes; de gran virtud, aunque buscando sabiduría en aquellos que no eran virtuosos; rico, aunque actuando como si no lo fuera; colmado, aunque se comportaba como alguien vacío; atacado, aunque jamás respondía a las ofensas... una vez tuve un amigo que vivía de este modo>>. Los maoístas pensaron a toro pasado que Taiping había sido algo así como una panacea ideológica, una primera revolución popular, especialmente valorada por la lucha de Jung contra la escuela confuciana y sus <<libros de hechicería>>: <<¡Abajo la tienda de Confucio!>>. Eso decían los taiping como si Confucio fuese un monstruo. <<¡Los mártires del Reino Celestial Taiping vivirán para siempre en el corazón del pueblo!>>.
    Después de todo, Confucio conocía bien el alma humana en general y el alma china en particular: <<Es difícil ser pobre y no quejarse; es fácil ser rico sin ser arrogante>>. No siempre la línea recta es la más corta. Ni pretender ser Jesucristo en China, como Jung, lleva a ser santo de otra iglesia que la de los maoístas.


                                                                        Luis Pancorbo; Los dioses increíbles

miércoles, 8 de enero de 2014

Mirando hacia las pirámides

...De paso, hablemos también de las pirámides de este mismo Egipto, inútil y loca ostentación de la riqueza de sus reyes. En efecto, según la opinión de la mayoría, los monarcas las construyeron para no tener que dar el dinero a sus sucesores, o a rivales que conspiraban contra ellos, o también para que el pueblo no permaneciera inactivo.
    La vanidad de los egipcios se muestra en esta clase de construcciones, y existen restos de numerosas pirámides que no fueron terminadas.
    Aún se ve una pirámide en la región arsinoíta, dos en la menfítica, no lejos del laberinto, del que también hablaremos; dos más donde estuvo el lago de Moeris, ese inmenso estanque, construido por la mano del hombre, y que los egipcios incluyen entre los trabajos maravillosos y memorables; se dice que las cumbres aparecen por encima del agua.
    Las otras tres, conocidas en todo el Universo, y que, en realidad, pueden observarse desde todos los puntos por los navegantes del río, están situadas en la parte africana sobre una montaña rocosa y estéril, entre la ciudad de Menfis, y lo que hemos llamado Delta, a menos de 4.000 pasos del Nilo, a 7.500 pasos de Menfis, cerca de la ciudad llamada Busiris, cuyos habitantes están acostumbrados a escalarla hasta la cima.
    Frente a ellas está la Esfinge, quizá más admirable, sobre la que se guarda silencio, y es la divinidad local de los habitantes. Creen que es la tumba del rey Armais, y pretenden que fue llevada hasta allí; pero en realidad es la misma roca, trabajada en su propio emplazamiento, y, para el culto, se ha pintado de rojo la cara del monstruo. La circunferencia de la cabeza, tomada por la frente, es de 102 pies; el cuerpo tiene 243 pies de largo y una altura, desde el vientre hasta el final de la cabeza, de 62 pies.
    La mayor de las pirámides está construida con piedra de Arabia. Se dice que trabajaron en ella 360.000 hombres, durante veinte años, y que las tres fueron terminadas en setenta y ocho años y cuatro meses.
    Los que han escrito sobre las pirámides son Heródoto, Evemero, Duris de Samos, Aristágoras, Dionisio, Artemidoro, Alejandro Polihistor, Butórides, Antístenes, Demetrio, Demóstenes y Apión. Todos estos autores no se ponen de acuerdo sobre quiénes hicieron las pirámides, pues el destino ha sido muy justo en eso y ha hecho que se olvidaran los nombres de los promotores de obras tan vanas. Algunos de estos escritores han afirmado que se habían gastado 1.600 talentos en nabos, ajos y cebollas.
    La pirámide más grande ocupa 8 yugadas de terreno; los cuatro ángulos están situados a la misma distancia, la anchura de cada lado es de 783 pies (otra med.: 883).
    La altura desde el suelo a la cúspide es de 725 pies (arista); la plataforma final tiene 16 pies y medio.
    Las cuatro caras de la segunda tienen cada una 737 pies y medio. La tercera es menor que las dos anteriores, pero es mucho más hermosa. Está construida con piedra de Etiopía, y entre sus ángulos hay una distancia de 363 pies.
    Por los alrededores no se ve ningún rastro de construcción. Todo es arena desnuda, de granos lentiformes, tal como se encuentra en casi toda África. Resulta un problema difícil saber cómo llegaron los materiales a tanta altura; según unos, se fueron subiendo montones de sal y nitro, a medida que la construcción avanzaba y, cuando estuvo terminada, los disolvieron llevando hasta allí las aguas del Nilo. Según otros, se levantaron puentes de ladrillos, hechos de tierra, que se repartieron, cuando el edificio estuvo terminado, entre las casas de los particulares, porque, en su opinión, el Nilo no pudo ser llevado hasta allí, ya que su nivel es mucho más bajo.
    En la pirámide más grande hay un pozo de 86 codos; se cree que recibía el agua del río.
    El sistema para medir la altura de las pirámides y otros edificios parecidos fue hallado por Tales de Mileto; midió la sombra en el momento en que ésta es igual a la del cuerpo.
    Y, para finalizar, no debemos extasiarnos frente a la opulencia de los reyes, pues la más pequeña, pero la más célebre, fue construida por una cortesana, Rhódopis. Esta mujer compartió la esclavitud y el lecho de Esopo, el fabulista; y lo más sorprendente es que una cortesana haya podido amasar tan grandes riquezas ejerciendo su oficio.


Plinio el Viejo; Historia natural, libro XXXVI

sábado, 4 de enero de 2014

Combates de gladiadores en Cartago Nova

Escipión (Africano) volvió a Cartago (Nova) para cumplir sus votos a los dioses y celebrar el espectáculo gladiatorio que había dispuesto en honor de su padre y de su tío difuntos. La actuación de los gladiadores no estuvo en manos de la clase de hombres que los empresarios suelen enfrentar sacándolos de los tablados de esclavos y de libres que ponen en venta su sangre, sino que todo fue obra, voluntaria y gratuita de quienes lucharon. Pues los unos fueron, en efecto enviados por los régulos para dar ejemplo del coraje innato de su pueblo, otros se brindaron a luchar para dar gusto al general; otros los arrastró el afán de emulación y de lucha, a no rehuir ésta al provocar o ser provocados a ella. Algunos, que no habían podido o querido zanjar sus diferencias en un pleito legal, tras ponerse de acuerdo en que el objeto de la disputa correspondiese al vencedor, dirimían el asunto con la espada. Entre los participantes había hombres de linaje nada oscuro, sino preclaro e ilustre, de nombres Corbis y Orsua, primos hermanos y aspirantes al principado del pueblo que llaman Ibe, se comprometieron a disputárselo a duelo. Corbis era el de más edad; el padre de Orsua había sido príncipe últimamente, tras heredar el principado a la muerte de su hermano mayor. Cuando Escipión trató de discutir con ellos el asunto y de calmar sus iras, ambos declararon haberse negado ya a los ruegos de sus parientes en el mismo sentido, <<y que no aceptarían a ningún juez de los hombres ni de los dioses si no era Marte>>... El mayor de los dos primos confiaba en su fuerza, el menor en su juventud, y cada uno de ellos prefería morir en el empeño a vivir sometido a la autoridad del otro; de manera que al negarse ambos a desistir de su locura, ofrecieron al ejército un magnífico espectáculo, demostrando lo pernicioso que es el afán de poder entre los mortales. El mayor, con su práctica en el manejo de las armas y de la astucia, se impuso fácilmente a la fuerza bruta del más joven. Este espectáculo de gladiadores fue seguido por unos juegos fúnebres acordes con los recursos de una provincia y el equipamiento de un campamento.


                                                                                                                   Tito Livio


jueves, 2 de enero de 2014

Ante la Ley


Ante la Ley hay un guardián que protege la puerta de entrada. Un hombre procedente del campo se acerca a él y le pide permiso para acceder a la Ley. Pero el guardián dice que en ese momento no le puede permitir la entrada. El hombre reflexiona y pregunta si podrá entrar más tarde.
    -Es posible -responde el guardián-, pero no ahora.
    Como la puerta de acceso a la Ley permanece abierta, como siempre, y el guardián se sitúa a un lado, el hombre se inclina para mirar a través del umbral y ver así qué hay en el interior. Cuando el guardián advierte su propósito, ríe y dice:
    -Si tanto te incita, intenta entrar a pesar de mi prohibición. Ten en cuenta, sin embargo, que soy poderoso, y que además soy el guardián más ínfimo. Ante cada una de las salas permanece un guardián, el uno más poderoso que el otro. La mirada del tercero es ya para mí insoportable.
    El hombre procedente del campo no había contado con tantas dificultades. La Ley, piensa, debe ser accesible a todos y en todo momento, pero al considerar ahora con más exactitud al guardián, cubierto con su abrigo de piel, al observar su enorme y prolongada nariz, la barba negra, fina, larga, tártara, decide que es mejor esperar hasta que reciba el permiso para entrar. El guardián le da un taburete y deja que tome asiento en uno de los lados de la puerta. Allí permanece sentado días y años. Hace muchos intentos para que le inviten a entrar y cansa al guardián con sus súplicas. El guardián le somete a menudo a cortos interrogatorios, le pregunta acerca de su hogar y de otras cosas, pero son preguntas indiferentes, como las que hacen grandes señores, y al final siempre repetía que todavía no podía permitirle la entrada. El hombre, que se había provisto muy bien para el viaje, utiliza todo, por valioso que sea, para sobornar al guardián. Éste lo acepta todo, pero al mismo tiempo dice:
    -Sólo lo acepto para que no creas que has omitido algo.
    Durante los muchos años que estuvo allí, el hombre observó al guardián de forma casi ininterrumpida. Olvidó a los otros guardianes y éste le terminó pareciendo el único impedimento para tener acceso a la Ley. Los primeros años maldijo la desgraciada casualidad, más tarde, ya envejecido, sólo murmuraba para sí. Se vuelve senil, y como ha sometido durante tanto tiempo al guardián a un largo estudio ya es capaz de reconocer a la pulga en el cuello de su abrigo de piel, por lo que solicita a la pulga que le ayude para cambiar la opinión del guardián. Por último, su vista se torna débil y ya no sabe realmente si oscurece a su alrededor o son sólo los ojos que le engañan. Pero ahora advierte en la oscuridad un brillo que irrumpe indeleble a través de la puerta de la Ley. Ya no vivirá mucho más. Antes de su muerte se concentran en su cabeza todas las experiencias pasadas, que toman forma en una sola pregunta que hasta ahora no había hecho al guardián. Entonces le guiña un ojo, ya que no puede incorporar su cuerpo entumecido. El guardián tiene que inclinarse hacia él profundamente porque la diferencia de tamaños ha variado en perjuicio del hombre.
    -¿Qué quieres saber ahora? -pregunta el guardián-, eres insaciable.
    -Todos aspiran a la Ley -dice el hombre-. ¿Cómo es posible que durante tantos años sólo yo haya solicitado la entrada?
    El guardián comprueba que el hombre ha llegado a su fin y, para que su débil oído pueda percibirlo, le grita:
    -Ningún otro podía haber recibido permiso para entrar por esta puerta, pues esta entrada estaba reservada sólo para ti. Yo me voy ahora y cierro la puerta.


                                                                       Franz Kafka

miércoles, 1 de enero de 2014

Alejandro en Babilonia


Recorriendo la provincia de Babilonia, que ya toda le estaba sujeta, lo que más le maravilló fue la sima que hay en Ecbatana de fuego perenne, como si fuera una fuente, y el raudal de nafta que viene a formar un estanque no lejos de la sima. Parécese la nafta en las más de sus calidades al betún, y tiene tal atracción con el fuego, que antes de tocarle la llama, con la más mínima parte que le llegue del resplandor, inflama muchas veces el aire contiguo. Para hacer, pues, los bárbaros ver al rey su fuerza y su virtud, no derramaron más que unas gotitas de esta materia por el corredor que conducía al baño, y después, desde lejos, alargaron las hachas con que le alumbraban, porque ya era de noche, hacia los puntos que se habían rociado, e inflamados los primeros, la propagación no tuvo tiempo sensible, sino que, como el pensamiento, pasó el fuego del uno al otro extremo, quedando inflamado todo el corredor. Hallábase en el servicio de Alejandro un ateniense llamado Atenófanes, destinado, con otros, al ministerio de ungirle y bañarle, y también al de procurarle desahogo y diversión. Éste, pues, como a la sazón estuviese en el baño un mozuelo del todo desapreciable y ridículo por su figura, pero que cantaba con gracia, llamado Estéfano, "¿Queréis -le dijo-, oh rey, que hagamos en Estéfano experiencia de ese betún?; porque sin con tocarle no se apaga, es preciso confesar que su virtud es insuperable y terrible." Prestábase también el mozuelo de buena gana al experimento, y en el momento de untarle y tocarle levantó su cuerpo tal llamarada, y se encendió todo de manera que Alejandro se vió en el mayor conflicto y concibió temor, y a no ser que por fortuna se tuvieron a mano muchas vasijas de agua para el baño, un auxilio más tardío no hubiera alcanzado a que no se abrasase. Aun así, se apagó con mucha dificultad el fuego, que ya se había extendido por todo el cuerpo, y de resultas quedó bien maltratado. Con razón, pues, acomodando algunos la fábula a la verdad, dicen haber sido éste el ingrediente con que untó Medea la corona y la ropa de que se habla en las tragedias; porque no ardieron éstas por sí mismas, ni se incendió aquel fuego sin causa, sino que, habiéndose puesto cerca alguna luz, tuvo lugar una atracción e inflamación repentina, imperceptible a los sentidos. Porque los rayos y emanaciones del fuego que parten de cierta distancia sobre algunos cuerpos no derraman más que luz y calor; pero en otros que tienen una sequedad espiritosa o una humedad grasienta y no disipable, amontonándose y acumulando fuego en ellos, producen mudanza y destrucción en su materia. Ofrecía, pues, dificultad el concebir la formación de la nafta: si es sólo un betún líquido que se considere como depositado allí, o si es un humor encendido que mana de una tierra grasienta por sí y como si dijésemos pirógena o engendradora de fuego. Porque la de Babilonia es de suyo sumamente fogosa; tanto, que muchas veces levanta y hace saltar las pajas que hay por el suelo, como si aquel lugar, por demasiado ardor, tuviera como una especie de pulso que lo hace palpitar; de modo que los naturales, en el tiempo del calor, duermen sobre odres llenos de agua. Harpalo, que quedó por administrador del país y que se propuso adornar las plazas de palacio y los paseos con árboles y plantas griegas, las demás hizo que se diesen en aquella región, y sólo no lo consiguió con la hiedra, que siempre se secó por no poder llevar aquella temperatura, que es muy cálida, cuando ella es planta de terrenos fríos. Esperamos que estas digresiones no incurrirán en la reprensión, ni aun de los más delicados, siempre que guarden cierta medida.


                                                                                                                 Plutarco