miércoles, 30 de enero de 2013

Algunos acertijos de Gestumblindi


Entonces dijo Gestumblindi:

¿Quiénes son las muchachas
que a su señor
desarmado matan?
Las más oscuras protegen
durante todo el día,
pero las más claras avanzan.
Rey Heiðrekr,
piensa en el acertijo.

"Buen acertijo el tuyo, Gestumblindi, adivinado es. Es el ajedrez. Las más oscuras defienden unas piezas del juego, pero las blancas atacan".
Entonces dijo Gestumblindi:

¿Quién es el único
que duerme en un hueco
hecho por él de piedra?
Ni padre ni madre posee
el deseoso de brillar,
allí pasará su vida.
Rey Heiðrekr,
piensa en el acertijo.

"Es el fuego oculto en el hogar que se alimenta del pedernal".
Entonces dijo Gestumblindi:

¿Quién es el gigante
que pasa sobre la tierra,
engulle aguas y bosques,
teme al viento
pero no a los hombres,
y provoca una contienda con el sol?
Rey Heiðrekr,
piensa en el acertijo.

"Buen acertijo el tuyo, Gestumblindi, adivinado es. Es la niebla. Pasa sobre la tierra de manera que no puede verse nada delante de ella, ni siquiera el sol, pero se aleja cuando el viento sopla".


                                                                                                               Saga de Hervör

martes, 29 de enero de 2013

Carta para Stalin


Estimado Iosif Vissiaronovich:

Condenado a un castigo supremo, el autor de la presente carta se dirige a Usted con la petición de que la citada pena le sea conmutada.
    Seguramente mi nombre le resulte conocido. Como para cualquier otro escritor, la mera posibilidad de la privación de escribir constituye para mí un castigo mortal. Y las condiciones creadas son tales, que no puedo continuar con mi labor, pues es inconcebible realizar tarea creativa alguna cuando uno se ve obligado a trabajar en una atmósfera de acoso sistemático, el cual, además, se endurece año tras año.
    De ningún modo pretendo representar la inocencia ultrajada. Soy consciente de que, durante los tres o cuatro primeros años que siguieron a la revolución, escribí algunas cosas que han podido dar pie a ciertos ataques. Sé que tengo la mala costumbre de decir en un momento determinado no lo que podría resultar conveniente, sino lo que estimo es la verdad. En particular, nunca he ocultado mi actitud hacia el servilismo literario, el vasallaje y la hipocresía. Consideraba, y sigo considerando, que eso rebaja tanto al escritor como a la revolución. En su día, esa cuestión, planteada de forma áspera y ofensiva para muchos en uno de mis artículos (en la revista La casa de las Artes 1, 1920), marcó el inicio de una campaña de prensa dirigida contra mí.
    Desde entonces, esa campaña, por diferentes razones, continúa hasta el día de hoy, donde ha llegado a tales extremos que la calificaría de fetichismo; al igual que cuando los cristianos, para mayor comodidad, crearon el diablo como personificación de todas las formas del mal, del mismo modo la crítica ha hecho de mí el diablo de la literatura soviética. Escupir al diablo se considera una buena acción y cada uno escupe como puede. En todas mis obras han detectado sin falta una intención diabólica. Para dar con ella, no han vacilado en atribuirme incluso dones de profeta. Así, en uno de mis cuentos (El Dios), publicado en la revista Anales, en el año 1916, algún crítico se las ingenió para encontrar... <<una burla contra la revolución en relación con la transición a la NEP>>. En un relato (El monje Erasmo) de 1920, otro crítico (Mashbits-Verov) percibía <<una parábola sobre lo juiciosos que se hicieron los jefes durante la NEP>>. Independientemente del contenido de cualquiera de mis escritos, basta la simple aparición de mi firma para tacharlo de criminal. Más recientemente, en el mes de marzo de este año, la Oblit de Leningrado adoptó medidas para que no quedara ninguna duda al respecto. Yo había revisado, a petición de la editorial Akademia, la traducción de la comedia de Sheridan La escuela de la maledicencia, y había escrito un artículo sobre su vida y obra. Naturalmente, no había en ese artículo ninguna maledicencia por mi parte (algo imposible). No obstante, la Oblit no sólo prohibió el artículo, sino que incluso prohibió a la editorial mencionar mi nombre como corrector de la traducción. Y sólo después de mi apelación en Moscú, sólo después de que el Glavit, evidentemente, le hiciera comprender que no se podía actuar con semejante ingenua franqueza, se autorizó tanto la publicación de mi artículo como la inclusión de mi nombre criminal.
    Saco a colación este hecho porque muestra con claridad, podría decirse de forma químicamente pura, la actitud que se ha tenido conmigo. De la extensa colección de ejemplos que atesoro, aún citaré un hecho más. Ya no se trata de un artículo fortuito, sino de una pieza de gran envergadura, en la que he trabajado durante casi tres años. Estaba seguro de que esa obra, una tragedia titulada Atila, conseguiría acallar finalmente a todos los que habían hecho de mí una especie de oscurantista. Creía tener todos los fundamentos para albergar esa certeza. La obra fue leída en una sesión del consejo artístico del Gran Teatro Dramático de Leningrado, donde estaban presentes representantes de dieciocho fábricas de Leningrado. He aquí algunos extractos de sus opiniones (reflejados en las actas de la sesión del 15 de mayo de 1928).
    El representante de la fábrica Volodarski dijo: <<Esta obra, escrita por un autor contemporáneo, trata el tema de la lucha de clases en la Antigüedad, cosa que está en consonancia con los tiempos modernos que corren... Su ideología es completamente admisible... La obra produce una fuerte impresión y elimina los reproches lanzados sobre la dramaturgia moderna, relativos a que no produce buenas obras>>... El representante de la fábrica Lenin, resaltando el carácter revolucionario de la obra, encuentra que <<esta pieza, por su valor artístico recuerda las obras de Shakespeare... Una obra trágica, extraordinariamente repleta de acción, que cautivará a los espectadores>>. El representante de la fábrica de hidromecánica considera que <<todas las situaciones de la obra tienen mucha fuerza y resultan apasionantes>>, y recomienda que se represente en el aniversario del teatro.
    Con lo de Shakespeare, los camaradas obreros se pasaron de la raya; pero, en cualquier caso, M. Gorki escribió acerca de la obra que la consideraba <<de un alto valor, tanto desde el punto de vista literario como desde el punto de vista social>> y que <<el tono heroico de la obra y el heroísmo del argumento no pueden ser más provechosos en nuestros días>>. La obra fue aceptada para su representación en el teatro, fue autorizada por el Comité del Repertorio Central y luego..., ¿se llegó a montar la obra para ese público obrero que le había dado tal calificación? Pues no. La obra, que ya estaba a mitad de los ensayos en el teatro y anunciada en cartel, fue posteriormente prohibida a requerimiento del Oblit de Leningrado.
    La muerte de mi tragedia Atila supuso, en efecto, una tragedia para mí: a partir de entonces, me di perfecta cuenta de que cualquier tentativa para cambiar mi situación resultaría inútil. Además, poco después se desató el famoso lío con mi novela Nosotros y también el de Caoba, de Pilniak. Naturalmente, para eliminar al diablo se acude a cualquier adulteración. Y mi novela, escrita nueve años antes, en 1920, fue presentada junto a Caoba como si fuese mi último trabajo, mi nueva obra. Se organizó una persecución sin precedentes en la literatura soviética, mencionada incluso en la prensa extranjera. Se hizo de todo con tal de cerrarme cualquier posibilidad de continuar con mi trabajo. Comencé a dar miedo a mis antiguos camaradas, a las editoriales y a los teatros. Quedó prohibido el préstamo de mis libros en las bibliotecas. Mi obra de teatro La pulga, representada con constante éxito en el Teatro del Arte durante cuatro temporadas, fue retirada del repertorio. Se suspendió la edición de mis obras completas en la editorial Federatsia. Cualquier editorial interesada en editar mis trabajos se expone a la quema inmediata, que ya han experimentado tanto Federatsia como Tierra y fábrica y, especialmente, <<la editorial de los escritores de Leningrado>>. Esta última editorial incluso se arriesgó a tenerme durante todo el año como miembro del consejo de dirección y, aunque no se atrevió a utilizar mi experiencia literaria, me encargó la corrección estilística de obras de escritores jóvenes, algunos de los cuales eran comunistas. Esta primavera, la sección del RAPP de Leningrado consiguió que me expulsaran del consejo de dirección y que cesara en mi trabajo. La Gaceta Literaria lo anunció solemnemente, añadiendo de forma inequívoca: <<Hay que conservar la editorial, pero no para los Zamiátin>>. Se cerró para Zamiátin la última puerta que daba al lector: la sentencia de muerte para este autor quedó así publicada.
    En el código penal soviético el escalón inferior a la pena de muerte es la expulsión del país. Si de verdad soy un criminal y merezco un castigo, con todo, pienso que no debe ser tan grave como la muerte literaria. Por eso pido su conmutación por la expulsión de la URSS y tener derecho a que mi mujer me acompañe. Pero si no soy un criminal, pido entonces permiso para viajar temporalmente al extranjero junto con mi esposa, aunque sólo sea por un año, y poder regresar en cuanto sea posible a nuestro país para servir a la literatura con grandes ideas sin tener que actuar de lacayo de gente insignificante, apenas cambie la opinión, aunque sólo sea en parte, del papel del escritor en nuestro país. Estoy seguro de que ese momento ya está cercano, porque, inmediatamente después de haber creado con éxito una base material, se plantea de forma ineludible la creación de una superestructura, un arte y una literatura que realmente sean dignos de la revolución.
    Sé que la vida en el extranjero tampoco me resultará fácil, pues no soporto estar en el bando reaccionario. De ello puede dar fe mi pasado: me afilié al partido bolchevique durante los tiempos zaristas, sufrí cárcel, dos exilios y un proceso en tiempos de guerra por escribir un relato antimilitarista. Sé que aquí, debido a la costumbre que tengo de escribir según lo que me dicta mi conciencia y no por mandato alguno, me han proclamado como un escritor de derechas, mientras que allí es probable que tarde o temprano y por esa misma razón me tilden de bolchevique. Pero incluso en esas difíciles condiciones, allí no me condenarán al silencio. Allí tendré la posibilidad de escribir y de publicar, aunque no sea en ruso.
    Si debido a las circunstancias me veo ante la imposibilidad (temporal, espero) de escribir en ruso, tal vez logre, al igual que el polaco Joseph Conrad, convertirme temporalmente en un escritor en lengua inglesa, puesto que ya he escrito en ruso alguna cosa sobre Inglaterra (el relato satírico Los isleños, y otras cosas) y escribir en esa lengua sólo me resulta un poco más difícil que en ruso. Iliá Ehrenburg, que sigue siendo un escritor soviético, trabaja desde hace tiempo principalmente para la literatura europea, escribiendo para ser traducido a lenguas extranjeras. ¿Por qué lo que se le permite a Ehrenburg no puede permitírseme a mí? Citaré otro nombre más: B. Pilniak. Al igual que yo, Pilniak ha compartido plenamente conmigo el papel de diablo, ha sido el principal blanco de la crítica y, para descansar de esa persecución, se le ha permitido viajar al extranjero. ¿Por qué lo que se le permite a Pilniak no puede permitírseme a mí?
    Podría basar también mi solicitud para viajar al extranjero en motivos más corrientes, aunque no menos serios: necesito seguir un tratamiento en el extranjero para librarme de una vieja enfermedad crónica (colitis) y también tendría que estar personalmente en el extranjero para llevar a escena dos de mis obras, que han sido traducidas al inglés y al italiano (La pulga y La sociedad de los campaneros honoríficos, las cuales ya han sido representadas en los teatros soviéticos). Además, la supuesta representación de esas obras me daría la posibilidad de no agobiar al Narkomfln (Comisario Popular de Finanzas, N. del T.) solicitándole dinero. Todos estos motivos son evidentes. Sin embargo, no quiero ocultar que la razón principal de mi petición para obtener el permiso de viajar al extranjero en compañía de mi mujer radica en la situación sin salida en la que yo, como escritor, me encuentro dentro de la URSS; en la sentencia de muerte dictada contra mí en este país como escritor.
    La extraordinaria atención que ha dispensado a otros escritores que se han dirigido a usted, me permite albergar la esperanza de que mi petición sea también tenida en cuenta.

                                                                        Evgueni Ivánovich Zamiátin; junio de 1931


A modo de P.D., de Sergio Hernández-Ranera: (...) Se le concede la autorización para marcharse del país, pero antes de dirigirse hacia el exilio, logra publicar La inundación (1929). Tras una primera estancia en Praga, se establece finalmente en París, donde fallece en 1937 en el olvido.

Dagda


Rey Supremo de los Tuatha De Danann, el inmortal pueblo feérico de Irlanda que fue conquistado por los milesios, los invasores humanos que obligaron a los Danaans a refugiarse bajo las colinas huecas. Aunque ocultos, todavía tenían poder sobre el crecimiento de la tierra, y destruyeron todo el trigo y la leche de los milesios, para quienes no creció hierba ni grano hasta que concluyeron un tratado con Dagda. Dagda tenía cuatro palacios en las profundidades de la tierra y bajo las colinas huecas, y los repartió entre sus hijos. A Lug hijo de Ethne le dio uno, y a Ogme, otro, y se guardó dos para sí, el principal de los cuales era Brugh na Boinne, que era muy grande y estaba lleno de maravillas. Pero Angus Mac Og se lo arrebató con la ayuda de Manannan hijo de Lir. Pues Angus había estado ausente cuando Dagda repartió sus palacios y se irritó al verse excluido del reparto. Pero Manannan le aconsejó que pidiera Brugh na Boinne por un día y una noche, y él, con su magia, haría que Dagda no pudiera negarse a ello. Dagda le dio el Brugh por un día y una noche, pero, cuando terminó el plazo, Angus dijo que se lo habían dado para siempre, ya que todo el tiempo consistía en un día y una noche que se sucedían uno al otro para siempre. Dagda se lo entregó, pues, aunque era el Rey Supremo de la gran raza de Danu, podía ser vencido mediante la astucia.
    Dagda tuvo que soportar otro dolor aún más grande, pues tenía otro hijo, Aedh, hijo de la misma madre que Angus; y este hijo fue con su padre a su otro palacio próximo a Tara. Sucedió que un gran hombre de Connacht, Corrgenn, fue a visitarle y llevó a su esposa consigo. Le pareció a Corrgenn que entre Aedh y su esposa había más de lo que tendría que haber habido, y golpeó a Aedh, matándole ante los ojos de su padre. Todo el mundo esperaba que Dagda matara a Corrgenn por lo que había hecho, pero Dagda dijo que, si Corrgenn no estaba en un error, tenía razón en hacer lo que había hecho; pero le impuso un Geasa que era peor que la muerte. Tenía que cargar con el cuerpo de Aedh hasta encontrar una piedra de la medida exacta para cubrirlo y luego debía cavar una tumba en la colina más cercana, enterrar a Aedh y poner la piedra sobre él. Muchas millas tuvo que andar Corrgenn hasta que encontró una piedra en la orilla del Loch Feabhail. En la colina cercana cavó la tumba y puso en ella al hijo de Dagda, tras lo cual transportó la piedra para cubrirlo. Aquella gran labor fue demasiado para él: su corazón estalló y él murió. Dagda hizo construir un muro alrededor de la tumba y la colina recibió el nombre de Colina de Aileac, esto es, Colina de los Suspiros, que conserva desde entonces. No es seguro si Corrgenn era un hombre mortal, pero lo es que Aedh era inmortal e hijo de inmortales, aunque podía ser muerto en combate, y esto vale para todos los Tuatha De Danann a menos que posean alguna magia especial que los resucite.


                                                                      Katharine Briggs; Diccionario de las Hadas

lunes, 28 de enero de 2013

Elijah anuncia

(...)
-Dirá: Despertad, durmientes -dijo Elijah-. Ése es nuestro mensaje al mundo que escucha. ¡Despertad! Yavé está aquí y la batalla ha empezado, y todas vuestras vidas se encuentran en la balanza; ahora todos vosotros estáis siendo pesados, tanto para lo bueno como para lo malo. Nadie escapa, ni tan siquiera el mismísimo Dios en todas sus manifestaciones. Después de esto no hay nada más, así que alzaos del polvo, criaturas, y empezad a vivir. Sólo podréis vivir mientras luchéis; cuanto vayáis a conseguir, si es que conseguís algo, tenéis que ganároslo ahora mismo, no después. ¡Venid! Ésta será la canción que emitiremos una y otra vez. Y el mundo la oirá, porque llegaremos a todo él, primero a una pequeña parte y luego al resto. Mi voz fue creada en el origen para esta misión; para esto he vuelto al mundo una y otra vez. Y ahora mi voz sonará en esta última ocasión. Vamos. Empecemos a obrar. Y esperemos que no sea demasiado tarde, que no me haya quedado durmiendo demasiado tiempo. Debemos ser la fuente de información del mundo y tenemos que hablar en todas las lenguas. Seremos aquella torre del origen, la que acabó derrumbándose. Y, si fracasamos ahora, entonces todo terminará aquí y el sueño volverá a reinar. El ruido insípido que invade tus oídos acompañará a todo un mundo hasta su tumba y llegará el reino del óxido y el polvo..., no durante un tiempo sino para siempre y para todos los hombres, incluso para sus máquinas y para cuanto hay en el futuro.
    -Caray -dijo Herb Asher.


                                                                                      Philip K. Dick; La Invasión Divina

viernes, 25 de enero de 2013

Los antiguos poetas

(...)
Los antiguos celtas distinguían cuidadosamente al poeta, que era originalmente sacerdote y juez y cuya persona era sacrosanta, del mero cantor ambulante. En irlandés se le llamaba fili, vidente; en galés derwydd, o vidente del roble, que es la probable derivación de <<druida>>. Hasta los reyes quedaban bajo su tutela moral. Cuando dos ejércitos libraban batalla, los poetas de ambos bandos se retiraban juntos a una colina y allí discutían la lucha cavilosamente. En un poema galés del siglo VI, el Gadodin, se observa que <<los poetas del mundo juzgan a los hombres valientes>>; y los combatientes -a los que con frecuencia separaban mediante una intervención súbita- debían aceptar luego su versión de la lucha, si merecía ser conmemorada en un poema, con reverencia y con placer. El cantor ambulante, por otra parte, era un joculator, que divierte o entretiene, no un sacerdote, sino un simple cliente de los oligarcas militares y sin la ardua preparación profesional del poeta. Con frecuencia tenía quer dar variedad a su actuación por medio de la pantomima y de los volatines. En Gales lo llamaban eirchiad, o suplicante, uno que no pertenece a una profesión dotada, sino que depende para vivir de la generosidad ocasional de los caudillos. En una época tan temprana como el siglo I a. de C. sabemos por el estoico Posidonio que en una ocasión arrojaron en las Galias una bolsa de oro a un cantor ambulante celta, y eso en un tiempo en que el sistema druídico se hallaba allí en su plenitud. Si la adulación del cantor ambulante a sus patronos era lo bastante generosa y su canción estaba lo suficientemente a tono con sus mentes ebrias de hidromiel, lo cargaban con torques de oro y tortas de miel; si no, le arrojaban huesos de vaca. Pero si un hombre cometía la menor indignidad con un poeta irlandés, inclusive siglos después de haber perdido éste sus funciones sacerdotales de clérigo cristiano, componía una sátira contra su agresor que le sacaba ronchas negras en el rostro y convertía sus entrañas en agua, o le arrojaba a la cara <<el mechón de un loco>> y lo enloquecía; y los ejemplos sobrevivientes de los poemas de maldición de los trovadores galeses demuestran que también a ellos había que tenerlos en cuenta. A los poetas cortesanos de Gales, por otra parte, se les prohibía el empleo de maldiciones y sátiras y tenían que depender de la reparación legal en caso de insulto a su dignidad. Según un digesto de leyes del siglo X relacionado con el <<bardo familiar>> galés, podían demandar un eric de <<nueve vacas y nueve veintenas de peniques además>>. La cifra nueve recuerda la nueve veces Musa, su antigua patrona.


                                                                                                    Robert Graves; La Diosa Blanca

jueves, 24 de enero de 2013

Discurso de Clyde Warrior

(para un congreso sobre la Guerra contra la Pobreza)
Me llamo Clyde Warrior y soy un indio Ponca de Oklahoma, sin mezcla de sangre. Me presento ante vosotros con el fin de intentar, hasta donde me sea posible, explicaros los puntos de vista de la juventud indígena. Si empiezo mi presentación con una nota ligeramente cínica es porque los indios norteamericanos en general, y la juventud india en particular, contemplamos con considerable escepticismo los programas elaborados para mejorar nuestra situación. A lo largo de años, el Gobierno federal ha elaborado programas que fueron introducidos en las comunidades indígenas en nombre de la rehabilitación económica o cosas similares. En general, estos programas han derivado en amargas divisiones y pugnas dentro de nuestras comunidades, acarreando un mayor empobrecimiento y colocando a nuestros padres en una situación de impotencia cada vez mayor.
    Soy un hombre joven, pero tengo la edad suficiente para haber visto cómo se aceleró este proceso en lo que llevo vivido. Ésta ha sido la experiencia de la juventud indígena: ver a nuestros mayores reducidos a la impotencia e incapaces de tratar con el mundo moderno. Aquellos miembros de nuestra generación que tienen cierta comprensión de la vida moderna han debido llegar a ella mediante experiencias habidas fuera de nuestras comunidades natales. El oprobio de la vida del indio, y supongo que, en general, el oprobio de la vida de los pobres en los Estados Unidos de hoy, es la impotencia de aquellos que están <<fuera>>, pero que sin embargo se ven coaccionados y manipulados por el mismo sistema que los excluye...
    Cuando hablo con ellos, los voluntarios del Cuerpo de Paz que regresan de ultramar me dicen, lo mismo que muchos historiadores y economistas modernos, que es la estructura misma de la relación entre ricos y pobres lo que hace que los pobres sigan siendo pobres; que los poderosos no quieren el cambio y que es el propio sistema como tal el que causa la pobreza; y que dentro de un marco semejante es simplemente inútil trabajar. Yo no soy economista y no puedo evaluar estas ideas. Tengo la esperanza de que incluso entre los poderosos haya hombres de buena voluntad dispuestos a que <<el barco se les sacuda>> un poco, para realizar la tarea que a sí mismo se ha impuesto nuestro país...
    Tal como digo, no sé con certeza cuáles son las causas de la pobreza, pero sé que esta impotencia es, cuando menos, uno de sus correlatos; esta falta de experiencia y de capacidad para pensar y expresarse...
    Ahora en los Estados Unidos se propone una nueva cruzada -nuestra <<Guerra contra la pobreza>>- que pretende empezar con un concepto nuevo y revolucionario: trabajar con la comunidad local. Nada podría ser más grato para los jóvenes indios que una declaración de este tipo y esperamos que, por primera vez desde que [los blancos] se deshicieron de nosotros considerándonos una amenaza militar, nuestros padres tengan algo que decir en lo que se refiere a su propio destino, en vez de ser ignorados como habitualmente sucede. Aunque vuelva a mostrarme un poco cínico, permitidme esbozar las razones de nuestros temores. No dudo de que todos vosotros seáis hombres de buena voluntad ni de que tengáis intención de trabajar con la comunidad local. Mi único temor se refiere al modo en que se conciba, por vuestra parte, la comunidad local...
    No sé cómo resolver el problema de la pobreza y ni siquiera estoy seguro de que sea la pobreza el problema que debamos resolver; tal vez no sea más que un síntoma. En un país rico, como los Estados Unidos, si la pobreza consiste en falta de dinero y de recursos, la considero un problema de hecho insignificante. No puedo, pues, decir si la pobreza es un síntoma o una causa, ni cómo habría que resolverla en términos puramente económicos. Pero sí estoy seguro de que cuando un pueblo es impotente y su destino está controlado por los poderosos, entonces, sean ricos o pobres, vive en la ignorancia y en la frustración porque se ha visto privado de experiencia y responsabilidad, tanto en términos de individuo como de comunidad. En el mundo moderno no hay sustituto para este tipo de experiencia. Es necesario hacerla para hacer elecciones racionales, para vivir en un mundo al que uno se sienta capaz de enfrentar, sin sentirse frustrado por él. Nadie puede obtener tal experiencia si no puede tomar decisiones por sí mismo, junto con sus compañeros en su comunidad local. No hay nivel de educación formal ni suma de dinero que puedan reemplazar estas experiencias vitales básicas para el ser humano. El que el indio no entienda la economía moderna es debido a que jamás ha intervenido en ella. Alguien ha tomado por él las decisiones correspondientes. Las <<limosnas>> consistentes en ropa o comida no corroen el carácter; lo corroe la falta de poder sobre el propio destino. Y podría agregar que la autoestima es una parte importante del carácter. Nadie llega a ser competente si carece de la experiencia necesaria para ello y de la capacidad de tomar decisiones que hagan manifiesta la competencia.
    Antaño, los poncas vivíamos de los búfalos que salíamos a cazar. Creemos que el búfalo es un don que nos hizo Dios. Eso no nos debilitaba el carácter, ya que nadie salía a buscar los búfalos por nosotros, ni nos organizaba las cacerías, ni nos decía cómo dividirnos la carne ni la forma en que debíamos elevar nuestras preces. Todo eso lo hacíamos solos, y nos sentíamos un pueblo competente y digno. En aquellos días no estábamos <<fuera del sistema>>. Éramos el sistema,  y éramos capaces de enfrentar nuestro medio porque teníamos el poder de hacerlo. No eran los hombres de negocios ni los burócratas blancos quienes tomaban las decisiones de los poncas; los poncas tomaban sus decisiones y las llevaban a la práctica. Si un año éramos ricos, era por obra nuestra, y si al año siguiente éramos pobres, nos sentíamos dispuestos a enfrentar la situación. La democracia no sólo es algo bueno en abstracto; es necesaria para la condición humana; y el epítome de la democracia es la responsabilidad de los individuos y de las comunidades de personas. No puede haber responsabilidad a menos que la gente pueda tomar decisiones y mantenerlas o fracasar en ellas...
    Podría agregar también que la ayuda exterior sólo será eficaz cuando una comunidad tenga verdadera libertad. Tal es, indudablemente, la lección que nos han enseñado las nuevas naciones. Sólo cuando las colonias de África y Asia obtuvieron su libertad llegó a ser productiva la ayuda económica proveniente de Francia y de Inglaterra. Aquí, en Norteamérica, podemos aplicar esta lección a la propia comunidad local.


                                                                                                 Clyde Warrior (1939-1968)

P.D.: El discurso jamás fue pronunciado, porque no lo permitieron.

martes, 22 de enero de 2013

Un habitante de Carcosa

Existen, pues, diferentes clases de muerte. En algunas, el cuerpo perdura, en tanto que en otras desaparece completamente a la vez que el alma. Esto no sucede, por lo general, más que en soledad (tal es la voluntad de Dios) y, no habiendo asistido nadie a ese final, decimos que el hombre se ha perdido para siempre o que ha partido para un largo viaje, lo que es cabalmente verdad. Pero a veces, la cosa se produce en presencia de varios, cuyo testimonio viene a ser la prueba. Hay una clase de muerte en que el alma muere también, y aún se ha comprobado que puede suceder que el cuerpo continúe vigoroso durante muchísimos años. Y a veces (poseemos pruebas irrefutables), el alma muere al mismo tiempo que el cuerpo, pero, según algunos, resucita en el mismo lugar en que el cuerpo se convirtió en polvo.


Meditando estas palabras de Hali (¡Dios le conceda el descanso eterno!), y preguntándome cuál sería su sentido pleno (como aquel que posee ciertos indicios, pero se pregunta si la verdad no será algo distinta de lo que él ha discernido), no presté la menor atención al paraje donde me había extraviado, hasta que sentí en la cara un soplo glacial que me hizo tomar conciencia del escenario en que me hallaba. Observé con estupor que nada me resultaba familiar. A mi alrededor se extendía una inmensa llanura desierta, barrida por el viento, cubierta de yerbas altas y marchitas que se agitaban y silbaban bajo la brisa de otoño, mensajera de Dios sabe qué misterios e inquietudes. A largos intervalos, veía unas rocas que emergían del suelo con formas extrañas y fúnebres colores; parecían estar en connivencia y cambiar miradas significativas y ansiosas, como si hubieran asomado la cabeza para observar la realización de un acontecimiento previsto. Aquí y allá, algunos árboles secos parecían ser los jefes de esta malévola confabulación de silencio y espera. A pesar de la ausencia del sol, me pareció que la tarde debía de estar muy avanzada. El aire era frío y húmedo, pero lo sabía por intuición más que de manera física, puesto que no experimentaba la menor sensación de molestia. Por encima de toda la extensión del lúgubre paisaje se cernía una bóveda de nubes bajas, suspendidas como una maldición visible. En todo se leía una amenaza y un presagio que sugerían el crimen y anunciaban el juicio. No había ni un pájaro, ni un animal, ni un insecto. El viento gemía en las ramas desnudas de los árboles muertos; la yerba gris se curvaba para susurrar a la tierra secretos espantosos. Pero ningún otro ruido, ningún otro movimiento turbaba la calma terrible de ese siniestro lugar.
    Observé en la yerba cierto número de piedras erosionadas por la intemperie que, evidentemente, habían sido trabajadas por herramientas. Rotas, cubiertas de musgo, medio hundidas en la tierra, yacían totalmente caídas en el suelo o se inclinaban en ángulos diversos. Sin duda alguna, eran piedras funerarias, pero las tumbas propiamente dichas no existían ya. No se veían túmulos ni depresiones en el suelo. Los años lo habían nivelado todo. Diseminados aquí y allá, los bloques más macizos marcaban el sitio donde un sepulcro pomposo o un monumento soberbio habían lanzado al olvido su desafío irrisorio. Estos vestigios de la vanidad humana, esos monumentos conmemorativos de piedad y de afecto me parecían tan antiguos, tan deteriorados, tan gastados, tan manchados, y el lugar, incluso, me daba una impresión de descuido y de abandono tal, que no pude por menos de pensar que había descubierto el cementerio de una raza de hombres prehistóricos, de una nación cuyo nombre incluso había desaparecido hacía muchísimos siglos.
    Sumido en estos pensamientos permanecí un momento sin prestar atención al encadenamiento de mis propias aventuras, pero no tardé en preguntarme: <<¿Cómo he venido aquí?>> Un instante de reflexión bastó para proporcionarme la respuesta, así como para explicarme, aunque ello me inquietase aún más el carácter extrañamente sobrenatural con que mi imaginación había revestido todo cuanto veía y oía. Estaba enfermo. Ahora recordaba que había sufrido un ataque de fiebre repentina, que los míos me habían contado cómo, en mis crisis de delirio, había pedido aire libre y libertad, y cómo me habían mantenido en la cama a la fuerza para impedir de huyese de casa. A la sazón, habiendo escapado a la vigilancia de quienes me cuidaban, había vagado hasta aquí para ir... ¿para ir adónde? No tenía ni idea. Sin duda alguna me encontraba a una distancia considerable de la ciudad donde vivía, la antigua y célebre ciudad de Carcosa. En ninguna parte se oía ni se veía signo alguno de vida humana: no se veía ascender ninguna hebra de humo, ni se escuchaba el ladrido de ningún perro guardián, ni el mugido de ningún ganado, ni gritos de niños jugando; nada más que ese cementerio lúgubre, con su atmósfera de misterio y de terror debida a mi cerebro trastornado. ¿No estaría acaso delirando nuevamente, aquí, lejos de todo humano socorro? Todo eso, todo sin excepción, ¿no sería una ilusión engendrada por mi locura? Llamé a mi mujer y a mis hijos en voz alta, tendí mis manos hacia las suyas, caminando entre las piedras deshechas y la yerba marchita.
    Un ruido, tras de mí, me hizo volver la cabeza. Era un animal salvaje, un lince, que se me acercaba. Me vino un pensamiento: <<Si caigo aquí, en este desierto, si la fiebre vuelve y las fuerzas me abandonan, esta bestia me destrozará la garganta>>. Salté hacia el lince, gritando. Él, por su parte, pasó a un palmo de mí, con su trote pacífico, y desapareció tras una roca. Un instante después, la cabeza de un hombre pareció brotar de tierra un poco más allá. Coronaba la pendiente más alejada de una colina baja, cuya cresta apenas se distinguía de la llanura que se extendía hasta el infinito. Enseguida vi toda su silueta recortada sobre el fondo de nubes grises. Medio desnudo, medio vestido con pieles de animales, tenía los cabellos en desorden y una larga barba erizada. En una mano llevaba un arco y flechas; en la otra, una antorcha llameante que esparcía un largo penacho de humo. Caminaba lentamente, con precaución, como si temiera caer en una fosa abierta, oculta por la yerba alta. Esta extraña aparición me provocó una gran sorpresa, pero no terror. Me dirigí hacia él y le abordé diciéndole:
    -¡Que Dios te guarde!
    No me prestó atención, y continuó su camino.
    -Buen extranjero -proseguí yo-, estoy enfermo y he perdido mi camino. ¿Tendrías la bondad de indicarme la dirección de Carcosa?
    El hombre entonó una melopea bárbara en lengua desconocida, siguió caminando, y desapareció. Sobre la rama de un árbol podrido un búho lanzó un aullido siniestro y otro le contestó a lo lejos. Al levantar los ojos vi a través de un brusco desgarrón de nubes, ¡Aldebarán y las Híadas! Todo sugería la noche: el lince, el hombre portando la antorcha, el búho. Y sin embargo, yo veía en torno mío, veía incluso las estrellas en ausencia de toda oscuridad. Veía, pero evidentemente no podía hacerme ver ni entender. ¿Qué espantoso sortilegio presidía mi existencia?
    Me senté al pie de un gran árbol para reflexionar seriamente sobre lo que más convendría hacer. Persuadido de mi locura buscaba, no obstante, un motivo para dudar de esta convicción. No tenía ya rastro alguno de fiebre. Más aún, experimentaba una sensación de alegría y de fuerza que me eran totalmente desconocidas, una especie de exaltación física y mental. Todos mis sentidos estaban alerta: el aire me parecía una sustancia pesada, y podía oír el silencio.
    La gruesa raíz del árbol gigante contra el que cual me apoyaba, estaba abrazada y oprimía una losa de granito que emergía parcialmente por el hueco que dejaba otra raíz. La piedra, aunque muy deteriorada, se encontraba de esta suerte al abrigo de las inclemencias del tiempo. Sus aristas estaban desgastadas; sus ángulos, roídos; su superficie, completamente desconchada y hollada por unos surcos profundos. En la tierra brillaban partículas de mica, vestigios de su desintegración. Esta piedra había señalado, indudablemente, una sepultura que el árbol había empujado varios siglos antes. Las raíces hambrientas habían saqueado la tumba y aprisionado su lápida. Un brusco soplo de viento barrió las hojas secas y las ramitas acumuladas sobre la losa. Distinguí entonces los caracteres, cincelados en bajorrelieve, de su inscripción, y me incliné a leerla. ¡Dios del cielo! ¡Mi propio nombre, con todas las letras! ¡La fecha de mi nacimiento! ¡Y la fecha de mi muerte!
    Un rayo horizontal de luz sonrosada iluminó completamente el costado del árbol, mientras me ponía en pie de un salto, lleno de terror. El sol nacía en el oriente. Yo estaba en pie, entre su enorme disco rojo y el árbol, pero ¡no proyectaba sombra alguna sobre el tronco!
    Un coro de lobos aullantes saludó la aurora. Los vi sentados sobre sus cuartos traseros, solos o en grupos, en la cima de los montículos y de los túmulos irregulares que llenaban a medias la extensión desértica que se habría ante mis ojos y se prolongaba hasta el horizonte. Entonces me di cuenta de que eran las ruinas de la antigua y célebre ciudad de Carcosa.

Tales son los hechos que comunicó el espíritu de Hoseib Alar Robardin al médium Bayrolles.


                                                                                                                  Ambrose Bierce

lunes, 21 de enero de 2013

Poema de inspiración seidhr


La puerta permanece abierta de par en par
a los vientos del mundo de las runas
entona con fuerza el sonido de sus cantos
a través de la noche del norte:
los sabios inician su camino
hacia el poder y el sustento,
para aprender de nuevo este sagrado poder.

Las hermanas, nacidas del Sol
y los resplandecientes hermanos
llaman en su noche de necesidad:
signos fuertes y sagrados
están en el poder de las runas
reavivando el arte
y las formas ingeniosas
para conseguir suerte y sabiduría.

Sobre una reluciente llanura,
los runistas despliegan sus habilidades
en el jardín de los dioses
bajo la luz del norte;
las runas siguen brillando,
voceando sus canciones
por toda la casa,
de nuevo y para siempre.


                                                               Edred Thorsson; Futhark

domingo, 20 de enero de 2013

Bote Fugaz

"Es seguro que para que uno se sienta parte de algo más grande, no debería tener necesidad de secuestrar las voluntades de terceras personas".

sábado, 19 de enero de 2013

Edicto imperial de Tesalónica



Queremos que todos los pueblos que son gobernados por la administración de nuestra clemencia profesen la religión que el divino apóstol Pedro dio a los romanos, que hasta hoy se ha predicado como la predicó él mismo, y que es evidente que profesan el pontífice Dámaso y el obispo de Alejandría, Pedro, hombre de santidad apostólica. Esto es, según la doctrina apostólica y la doctrina evangélica creemos en la divinidad única del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo bajo el concepto de igual majestad y de la piadosa Trinidad. Ordenamos que tengan el nombre de cristianos católicos quienes sigan esta norma, mientras que los demás los juzgamos dementes y locos sobre los que pesará la infamia de la herejía. Sus lugares de reunión no recibirán el nombre de iglesias y serán objeto, primero de la venganza divina, y después serán castigados por nuestra propia iniciativa que adoptaremos siguiendo la voluntad celestial.


"¿Cuál es tu religión?"



(...)

Y bien, se me dirá, "¿Cuál es tu religión?" Y yo responderé: mi religión es buscar la
verdad en la vida y la vida en la verdad, aun a sabiendas de que no he de encontrarlas
mientras viva; mi religión es luchar incesante e incansablemente con el misterio; mi
religión es luchar con Dios desde el romper del alba hasta el caer de la noche, como
dicen que con Él luchó Jacob. No puedo transigir con aquello del Inconocible - o
Incognoscible, como escriben los pedantes - ni con aquello otro de "de aquí no
pasarás". Rechazo el eterno ignorabimus. Y en todo caso, quiero trepar a lo
inaccesible.
    "Sed perfectos como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto", nos dijo el
Cristo, y semejante ideal de perfección es, sin duda, inasequible. Pero nos puso lo
inasequible como meta y término de nuestros esfuerzos. Y ello ocurrió, dicen los
teólogos, con la gracia. Y yo quiero pelear mi pelea sin cuidarme de la victoria. ¿No
hay ejércitos y aún pueblos que van a una derrota segura? ¿No elogiamos a los que
se dejaron matar peleando antes que rendirse? Pues ésta es mi religión.
    Ésos, los que me dirigen esa pregunta, quieren que les dé un dogma, una solución en
que pueda descansar el espíritu en su pereza. Y ni ésto quieren, sino que buscan
poder encasillarme y meterme en uno de los cuadriculados en que colocan a los
espíritus, diciendo de mi: es luterano, es calvinista, es católico, es ateo, es
racionalista, es místico, o cualquier otro de estos motes, cuyo sentido claro
desconocen, pero que les dispensa de pensar más. Y yo no quiero dejarme encasillar,
porque yo, Miguel de Unamuno, como cualquier otro hombre que aspire a
conciencia plena, soy una especie única. "No hay enfermedades, sino enfermos",
suelen decir algunos médicos, y yo digo que no hay opiniones, sino opinantes.


                                                                                                 Miguel de Unamuno

viernes, 18 de enero de 2013

Un discurso del dr. MacPhail


(...)

-Se trata simplemente de un caso de reacción que sigue a la acción. Para la segunda mitad del siglo XIX el humanitarismo librepensador se había vuelto tan fuerte, que incluso los buenos cristianos fueron influidos por él y dejaron de castigar a sus hijos. En el trasero de la joven generación ya no había llagas. Por consiguiente, ésta dejó de pensar en Dios como el Totalmente Otro, y se dedicó a inventar el Nuevo Pensamiento, la Unidad, la Ciencia Cristiana... todas las herejías semiorientales en las cuales Dios es el Totalmente Idéntico. El movimiento estaba muy avanzado en la época de William James, ya ha ido adquiriendo impulso desde entonces, pero la tesis siempre provoca la antítesis, y a su debido tiempo las herejías engendraron la neoortodoxia. ¡Abajo con el Totalmente Idéntico y volvamos al Totalmente Otro! Volvamos a los agustinos, volvamos a Martín Lutero... volvamos, en una palabra, a los dos traseros más impecablemente flagelados de toda la historia del pensamiento cristiano. Lea las Confesiones, lea la Table Talk. San Agustín fue castigado por su maestro, y sus padres se rieron de él cuando se quejó. Lutero fue sistemáticamente azotado, no sólo por sus maestros y su padre, sino incluso por su amante madre. El mundo ha venido pagando desde entonces por las llagas de su trasero. El prusianismo y el Tercer Reich... sin Lutero y su teología de las flagelaciones, estas monstruosidades jamás habrían podido existir. O tome la teología de la flagelación de Agustín, tal como fue llevada a sus conclusiones lógicas por Calvino y digerida, íntegra, por personas piadosas como James MacPhail y Janet Cameron. Premisa mayor: Dios es Totalmente Otro. Premisa menor: el hombre es totalmente depravado. Conclusión: haz a los traseros de tus hijos lo que le hicieron al tuyo, lo que tu padre celestial ha venido haciendo al trasero colectivo de la humanidad desde la caída: ¡azotes, azotes, azotes!


                                                                                             Aldous Huxley; La Isla

Un Estado ideal según Lao Tsé

Un país pequeño y de población reducida
donde las provisiones son diez o cien veces
más de las necesarias,
donde la gente da valor a la vida y no viaja muy lejos.
Aunque haya embarcaciones y carruajes
no hay nadie que viaje en ellos;
aunque haya espadas y corazas
no hay necesidad de usarlas.
Siguen haciendo sus cuentas con una cuerda anudada,
disfrutan de su comida,
usan bellos vestidos,
hallan satisfacción en sus casas
y placer en sus costumbres.
Desde un pueblo se puede ver el otro.
Se puede escuchar el ladrido de los perros
y el canto de los gallos
en la otra aldea.
Y se puede uno pasar la vida entera
sin ir de la una a la otra.

jueves, 17 de enero de 2013

Los dones de las hadas

Había una gran asamblea de hadas, para proceder al reparto de dones entre todos los recién nacidos que habían venido a este mundo las últimas veinticuatro horas.
    Estas antiguas y caprichosas hermanas del destino, estas curiosas madres de la alegría y del dolor eran muy diversas entre sí: unas tenían un aspecto sombrío y malhumorado; otras parecían retozonas y traviesas; unas habían sido siempre jóvenes; otras habían sido siempre viejas.
    Habían venido los padres que creían en las hadas, llevando cada uno en brazos a su recién nacido.
    Junto al tribunal se amontonaban los dones, las aptitudes, las buenas suertes, las circunstancias insuperables, como los premios que se colocan en el estrado antes de ser distribuidos. Lo curioso de este caso era que los dones no constituían una recompensa por algún esfuerzo, sino todo lo contrario: una gracia concedida a alguien que aún no había vivido, una gracia que podía determinar su destino y convertirse tanto en la fuente de su desgracia como en la de su felicidad.
    Las pobres hadas andaban muy atareadas, pues la multitud de solicitantes era enorme, y estos personajes que se encuentran entre el hombre y Dios están sometidos, como nosotros, a la terrible ley del tiempo y a su secuencia interminable de días, horas, minutos y segundos.
    Lo cierto es que estaban tan aturdidas como los ministros en día de audiencia, o los empleados de la casa de empeños cuando, con motivo de una fiesta nacional, se autoriza a la gente a recuperar gratuitamente los objetos depositados. Creo que hasta miraban de cuando en cuando las agujas del reloj con tanta impaciencia como los jueces humanos que, cuando tienen sesión desde la mañana temprano, no pueden dejar de pensar en el almuerzo, en la familia y en sus queridas zapatillas. Si en la justicia sobrenatural hay algo de precipitación y de azar, no nos asombremos entonces de que a veces ocurra lo mismo en la justicia humana. De hacerlo, los jueces injustos seríamos nosotros.
    De modo que aquel día se cometieron algunos disparates que cabría considerar fortuitos si no fuera porque, desde siempre, el capricho y no la prudencia ha sido el distintivo de las hadas.
    Así, se adjudicó el poder de atraer magnéticamente el dinero al único heredero de una familia muy rica, el cual, al no estar dotado del más mínimo sentido de la caridad ni del ansia más mínima de los bienes materiales de este mundo, se encontraría más tarde con el extraordinario problema de no saber qué hacer con sus millones.
    En el mismo sentido, concedieron el amor a la belleza y la capacidad poética al hijo de un oscuro pobretón, cantero de oficio, que no podía en modo alguno cultivar las aptitudes ni cubrir las necesidades de su lamentable prole.
    Olvidaba decir que, en estas solemnes ocasiones, el reparto es inapelable y que no se puede rechazar ningún don.
    Se estaban levantando ya todas las hadas, convencidas de haber acabado su pesada tarea, pues ya no quedaba ningún regalo, ningún obsequio que arrojar a toda aquella morralla humana, cuando un buen hombre, un pobre tendero, se levantó y, cogiendo al hada que tenía más cerca de su vaporoso vestido multicolor, exclamó: <<¡Eh, señora, que se olvida de nosotros! ¡Queda mi pequeño! No quisiera haber venido inútilmente.>>
    El hada podía verse en un apuro, pues no quedaba nada. Pero se acordó a tiempo de una ley muy conocida, aunque raras veces aplicada, en el mundo sobrenatural habitado por esas divinidades impalpables, amigas del hombre y obligadas a menudo a plegarse a sus pasiones, como son las hadas, los gnomos, las sílfides, los elfos y las ondinas... Me refiero a la ley que concede a las hadas, en casos semejantes, es decir, cuando se ha agotado el lote, la facultad de conceder un don más, complementario y excepcional, siempre y cuando tenga ésta la imaginación suficiente para crearlo al instante.
    Así pues, aquella buena hada contestó con un aplomo digno de su rango: <<Concedo a tu hijo... concedo a tu hijo... ¡el don de gustar!>>
    <<Pero ¿cómo? ¿gustar por qué?>>, preguntó, terco, el tendero, que debía ser sin duda una de esas personas tan corrientes aficionadas a razonar y a discutir, y que son incapaces de elevarse a la lógica del absurdo.
    <<¡Porque sí!, ¡porque sí!>>, replicó furiosa el hada, volviéndole la espalda. Y cuando se unió al cortejo de sus compañeras, les dijo: <<¿Qué os parece ese francesito vanidoso, que pretende entenderlo todo y que, después de haber conseguido para su hijo el mejor de los dones, se atreve encima a hacer preguntas y a discutir lo indiscutible?>>


                                                                               Charles Baudelaire

martes, 15 de enero de 2013

El SEPOM

PRESIDENTE: Permítanme dar la palabra a nuestro conferenciante. Su informe tratará de... esto... La protección de una máquina contra los imbéciles.
CONFERENCIANTE (al oído del presidente): Una máquina para proteger a los imbéciles.
PRESIDENTE: ¡Oh, perdón! Acerca de... esto... el... La protección... esto...
CONFERENCIANTE (siempre al oído del presidente): Una máquina...
PRESIDENTE: Una máquina... oh, sí... para proteger a los imbéciles.
CONFERENCIANTE: Queridos amigos, muy estimados colegas. El ligero error cometido en el título de mi informe no es accidental. Proviene de la concepción, profundamente anclada en la mente de las personas, de que es posible construir una máquina a prueba de idiotas.
>>Una concepción fundamentalmente errónea, a mi modo de ver. Ni las técnicas modernas de la automación, ni la inclusión de una señal de peligro o un sistema de bloqueo automático, pueden proteger el funcionamiento normal de una máquina contra la actuación de un cretino, ya que nadie es capaz de prever sus reacciones en una circunstancia dada.
>>El problema al que me he dedicado parte de un principio diametralmente opuesto: proteger a los imbéciles contra esta acusación permanente de estupidez. Para comprender bien este problema, hay que examinar cuidadosamente lo que representa en realidad un idiota.
>>Existe una opinión muy extendida, aunque inexacta, que quiere que un genio se diferencie de las demás personas por la cantidad inhabitual de pensamientos que produce, mientras que, por el contrario, un idiota se define por la ausencia casi completa de pensamientos. De hecho, sin embargo, la cantidad de reflexiones y de suposiciones que puede expresar un idiota no es en absoluto inferior a la de un autodenominado genio, o simplemente a la de un hombre inteligente. La diferencia fundamental estriba en la capacidad de selección que poseen los genios y los hombres inteligentes, y que les permite eliminar los pensamientos estúpidos y no expresar más que los pensamientos inteligentes. Por el contrario, el idiota, en razón de su estupidez, suelta todo lo que le viene a la cabeza.
>>La máquina que he inventado, el selector de potenciales mentales, abreviadamente SEPOM, permite a todo el mundo eliminar los pensamientos estúpidos y no retener más que aquellos que son útiles para la sociedad.
UNA VOZ EN EL ANFITEATRO: ¿Y cómo funciona? ¿No ha tomado usted esta idea de Swift?
CONFERENCIANTE: Esperaba esta pregunta. El principio bajo el que funciona el SEPOM es enteramente distinto del de la famosa máquina laputana que describe Swift en Los viajes de Gulliver. No estamos hablando de la búsqueda de pensamientos secretos expresados por azar en una sucesión coherente de palabras. Mi invento difiere igualmente del amplificador de potenciales mentales propuesto por Ashbee y en el cual el algoritmo de búsqueda del buen sentido está sobreimpuesto a la idea de Swift. El SEPOM no es un amplificador, sino un selector, una máquina que posee un circuito lógico integrado de un nivel muy alto. Divide en tres categorías todos los pensamientos expresados por un individuo. En primer lugar, elimina todos aquellos que no tienen una coherencia lógica. Después, rechaza los pensamientos que tienen una coherencia lógica pero cuya banalidad hace que puedan ser considerados como estúpidos. El resultado final es que de la máquina tan sólo surge aquello que es nuevo, original y absolutamente sin fallos desde un punto de vista lógico.
LA VOZ EN EL ANFITEATRO: ¡Eso tiene que ser divertido!
CONFERENCIANTE: No solamente divertido, sino también extremadamente útil. A partir de ahora, diez <<imbéciles>> podrán llevar a cabo más acciones útiles que una sola persona inteligente, ya que no serán sus imbecilidades las que saldrán a la luz, sino sus astucias.
LA VOZ EN EL ANFITEATRO: ¿Puede presentar alguna prueba de lo que dice?
CONFERENCIANTE: Muy sencillo. La discusión de hoy sobre el informe será analizada por el SEPOM. Confío en que ello nos ayudará a determinar la posición correcta sobre este tema.
PRESIDENTE: ¿Ha terminado usted? ¿Alguien pide la palabra? (Silencio en el anfiteatro.) ¿Nadie quiere tomar la palabra? (Silencio.)
UNA VOZ EN EL ANFITEATRO: ¿Puede usted hacer pasar primero los datos de su informe por el SEPOM?
CONFERENCIANTE: Encantado. Adelante. (Coloca su manuscrito en la máquina.) Observen bien la máquina, por favor. Se ha encendido una luz verde: el SEPOM ha comenzado su análisis. A la derecha del ordenador se inscribe el número de operaciones lógicas efectuadas; en este momento superan ya las dos mil. La luz amarilla en el tablero de control indica que la máquina ha terminado su análisis; cuando yo oprima este botón nos dará los resultados. (Oprime un botón; una cinta en blanco surge de la máquina.) Bien, veamos... Hum... Un momento, por favor... Voy a verificar el circuito de salida... ¡Qué extraño! El circuito está en perfecto estado.
UNA VOZ EN EL ANFITEATRO: ¿Cuál es el resultado del análisis?
CONFERENCIANTE: Por alguna razón que ignoro, la máquina no ha inscrito más que el título de mi informe. Todo lo demás ha desaparecido sin dejar rastro... Esto... Parece que nos encontramos ante una fastidiosa avería. Voy a tener que revisar de nuevo el SEPOM mientras procedemos a la discusión.
PRESIDENTE: ¿Quién quiere decir algo? (Silencio en el anfiteatro.) ¿Nadie desea hacer uso de la palabra? (Silencio.) En este caso, permítanme dar las gracias a nuestro conferenciante por su muy interesante informe. Me parece que la demostración que ha hecho de su máquina ha sido... esto... particularmente convincente.


                                                                                                              Ilya Varshavski

The Gods Themselves


(Fragmento)

Las historias de superhéroes son el equivalente de hoy de las leyendas sobre los dioses. Son una forma de trascendernos. Una forma de entretenernos. Realmente no existen cosas tales como dioses, pero están nuestras propias interpretaciones de estas cosas. Ellos son nosotros. No son sólo individuos; son representaciones de la humanidad. Los dioses son más grandes que nosotros porque son todos nosotros. Naturalmente, siendo todos nosotros, tienen que ser presentados de una manera poderosa. Los dioses representan nuestro potencial para el bien y para el mal. Hacen a gran escala lo que nosotros mismos somos capaces de hacer, para lo bueno y para lo malo. He visto hacerlo. He visto a la gente trascenderse a sí misma. He visto a la gente convertirse en su propia caricatura. Todos somos capaces de hacerlo. Todos somos nuestros propios monstruos y todos somos capaces de hacer cosas que ordinariamente pensamos que no somos capaces de hacer.


                                                    Jack Kirby

lunes, 14 de enero de 2013

El Duque De L'Omelette

Kueats cayó por una crítica. ¿Quién murió por una Andrómaca? ¡Espíritus innobles! De L'Omelette murió por un verderón. L'histoire en est brève, ¡Asísteme, espíritu de Apicius!
    Una jaula dorada llevó al alado vagabundo, enamorado, derretido, indolente, a la Chaussée d'Antin, desde su hogar en el lejano Perú. Desde su regia poseedora La Bellísima al Duque De L'Omelette, seis pares del imperio transportaron al feliz pájaro.
    Aquella noche estaba cenando solo el duque. En la intimidad de su despacho se reclinaba con languidez sobre aquella otomana, por la que había sacrificado su lealtad, pujando contra su rey, la famosa otomana de Câdet.
    Hundió su cara en el cojín. ¡El reloj anunció una hora! No pudiendo refrenar sus sentimientos, su gracia se tragó una aceituna. En ese momento la puerta se abrió con suavidad, al sonido de una dulce música, y he aquí que el más delicado de los pájaros se encontraba ante el más enamorado de los hombres. Pero ¿qué inefable terror oscureció el rostro del duque? Horreur! -chien! -Baptiste! -l'oiseau! ah, bon Dieu! ce oiseau modeste que tu as dehabillé de ses plumes et que tu as servi sans papier! Es superfluo añadir más: el duque expiraba en el paroxismo del disgusto.
    -¡Ja, ja, ja! -dijo su gracia al tercer día después de su muerte.
    -¡Je, je, je! -contestó el diablo suavemente, dejándose ver con un aire de hauteur.
    -Porque, seguramente, no habláis en serio -replicó L'Omelette-. He pecado -c'est vrai-, pero, mi buen señor, ¡considerad!... No tendréis ahora la intención de cumplir..., tan..., tan bárbaras prácticas.
    -¿Tan qué? -dijo su majestad-. ¡Venga, señor, desnudaos!
    -¿Desnudarme, de veras? ¡Eso está muy bonito! No, señor, no me desnudaré. ¿Cómo queréis, por favor, que yo, Duque De L'Omelette, príncipe de Foie-Gras, que acabo de llegar a la mayoría de edad, autor de La Mazurquiada y miembro de la Academia, me quite en su presencia los dulces pantalones cortados por Bourdon, la más exquisita robe-de-chambre hecha toda ella por Rombêrt..., por no decir nada de mi pelo descolocado..., ni hablar de la molestia de quitarme mis guantes?
    -¿Quién soy yo? ¡Ah! ¡Es verdad! Soy Baal-Zebut, príncipe de la Mosca. Acabo de sacarte de un ataúd de palo de rosa con incrustaciones de marfil. Estás magníficamente perfumado y clasificado para la facturación. Te envía Belial, mi inspector de cementerios. Los pantalones que dices están cortados por Bourdon, son un magnífico par de calzoncillos de lino, y tu robe-de-chambre es una mortaja de no escasas dimensiones.
    -¡Señor! -replicó el duque-, no me dejo insultar con tanta impunidad. ¡Señor! ¡Aprovecharé la primera oportunidad para vengar tal insulto! ¡Señor, ya oiréis hablar de mí! ¡Mientras tanto, au revoir!
    Y el duque se alejaba de la satánica presencia, cuando fue interrumpido y vuelto allí por un caballero que lo esperaba. Ante lo cual su gracia se restregó los ojos, bostezó, se encogió de hombros y reflexionó. Y una vez satisfecho de su identidad, contempló a vista de pájaro sus alrededores.
    El salón era soberbio. Hasta De L'Omelette lo declaró como bien comme il faut. No era largo, no era ancho..., pero era alto... ¡Ah!, ¡era espantoso! No tenía techo...; ciertamente, no había ninguno...; sólo una masa en remolino de nubes fieramente rojas. Su gracia se atormentaba el cerebro al mirar hacia arriba. De lo alto colgaba una cadena de metal de color rojo sangre... Su extremidad superior se perdía, como Boston, parmi les nuages. De su extremo inferior pendía un gran farol. El duque vio que era un rubí; pero de él brotaba una luz tan intensa, tan inmóvil, tan terrible... Persia nunca la adoró igual... Gheber nunca la imaginó semejante... El musulmán nunca la soñó parecida, cuando, embriagado de opio, hacía temblar un lecho de adormideras, de espalda a las flores y de cara al dios Apolo. El duque murmuró un leve juramento, sin duda alguna aprobatorio.
    Los rincones de la habitación se redondeaban en nichos. Tres de ellos estaban repletos de estatuas de gigantescas proporciones. Su belleza era griega; su deformidad, egipcia; su tout ensemble, francés. En el cuarto nicho la estatua tenía un velo; no era colosal. Pero luego se podía ver un delicado tobillo, un pie calzado con sandalia. De L'Omelette puso la mano sobre su corazón, cerró sus ojos, volvió a abrirlos y vio que su satánica majestad se sonrojaba.
    ¡Pero los cuadros!... ¡Kupris! ¡Astarté! ¡Astoreth!... ¡Un millar y la misma! ¡Y Rafael los estaba mirando! Sí, Rafael estaba allí; y, en consecuencia, ¿no pintó él...? ¿Y no estaba condenado por ello? ¡Las pinturas! ¡Oh esplendor! ¡Oh amor!... ¿Quién, mirando aquellas bellezas prohibidas, tendría ojos para ver los magníficos marcos que llenaban como estrellas los muros de jacinto y de pórfido?
    Pero el corazón del duque desfallecía. Sin embargo, no estaba, como ustedes suponen, atontado por tanta magnificencia, ni embriagado por el arrobador aliento de aquellos innumerables incensarios. C'est vrai que de toutes ces choses il a pensé beaucoup, mais! Al Duque De L'Omelette le invade el terror; pues a través de la fantástica vista que se puede contemplar por la única ventana sin cortinas, he aquí el resplandor del más terrible de los fuegos.
    Le pauvre Duc! No puede dejar de imaginar que las gloriosas, las voluptuosas, las que nunca mueren, las melodías de que está lleno el salón, cuando pasan filtradas y transmutadas a través de la alquimia de los cristales encantados de las ventanas, ¡son los gritos y aullidos de los desesperados y condenados! ¡Ah, allí, también...! ¡Allí, sobre la otomana! ¿Quién será él?... Él, el petit-maître?... ¡No, la divinidad!... ¿Quién está como esculpida en mármol, et qui sourit, con su pálido rostro si amèrement?
    Mais il faut agir; es decir, un francés nunca se desmaya completamente. Además, su gracia odia una escena... De L'Omelette es él mismo de nuevo. Allí, sobre una mesa, hay algunos estoques..., y algunos naipes. El duque había estudiado Con B...; il avait tué ses hommes. Luego entonces, il peut s'èchapper. Mide dos estoques, y con una gracia inimitable le pide a su majestad que escoja. Horreur! ¡Su majestad no sabe esgrima!
    Mais il joue! ¡Feliz idea!; pero su gracia siempre ha tenido una excelente memoria. Ha leído muchas veces Le Diable, del abate Gualtier. Allí se escribe que le diable n'ose pas refuser un jeu d'écarté.
    Pero el azar, ¡el azar! Una verdad desesperada; aunque poco más desesperada que el duque. Aparte de eso, ¿no está él en el secreto?; ¿no ha estado hojeando al Père Le Brun?; ¿no ha sido miembro del Club Vintg-et-un? <<Si je perds -dice él- je serai deux fois perdu -seré doblemente condenado- voilá tout!>> (Aquí su gracia se encogió de hombros). Si je gagne, je reviendrai à mes ortolons; que les cartes soient préparées!
    Su gracia era todo cuidado, todo atención; su majestad era todo confianza. Un espectador hubiera pensado en Francis y Charles. Su gracia pensó en el juego. Su majestad no pensó, barajó. El duque cortó.
    Repartieron las cartas. Salió el triunfo...; era..., era..., ¡el rey! No... ¡era la reina! Su majestad maldijo sus ropas masculinas. De L'Omelette puso su mano sobre el corazón.
    Jugaron. El duque cortó. Era mano. Su majestad cuenta lentamente, sonriendo y bebiendo vino. El duque saca una carta.
    -C'est à voux de faire -dice su majestad, cortando.
    Su gracia se inclina reverente, baraja las cartas y se levanta de la mesa en presentant le Roi.
    Su majestad parece triste.
    Si Alejandro, no hubiera sido Alejandro; él hubiera preferido ser Diógenes; y el duque dijo a su contrincante, mientras se despedía de él, que s'il n'eût été de l'Omelette, il n'aurait point d'objection d'être le diable.


                                                                                                      Edgar Allan Poe

domingo, 13 de enero de 2013

Durante el Papado de Aviñón

(...)

En función de la cruzada, cuya dirección asumió el Papa desde el comienzo, se organizó lentamente la fiscalización pontificia. Hasta el siglo XIII, el Papa y el Sacro Colegio vivían de las rentas del dominio de la Iglesia, como lo hacían los reyes y señores que vivían de sus bienes particulares. Inocencio III estableció las bases de la fiscalización pontificia: hizo aceptar el principio de una contribución de los beneficios eclesiásticos para la gran empresa común de cristianos contra infieles; además, al ordenar evaluar las rentas de todos los beneficiados y al sugerir que la contribución se elevara a la décima parte de sus rentas netas, determinó la fuente de esa contribución. Es el diezmo, contribución excepcional designada para la cruzada.
    La definición, en vista de la percepción de ese diezmo, de la renta bruta y luego de la renta neta o tasa de cada beneficio eclesiástico, constituyó la base de toda percepción de fondos pedidos a los beneficiados. La colación de los beneficios eclesiásticos, desde fines del siglo XIII, impulsa naturalmente a los nuevos ordenados a expresar su agradecimiento al Papa y a los cardenales que pueden haberlo aconsejado, por medio de un regalo. Este regalo puede consistir en una suma de dinero. Poco a poco, se adquiere la costumbre de proporcionar su importancia a la de las rentas del beneficio conferido: la tasa establecida para la percepción del diezmo constituye la base ideal de la nueva fiscalización que, a partir de esas pruebas de agradecimiento, convertidas progresivamente en obligatorias y tasadas, se constituye paulatinamente.

(...)

La autoridad del Papa sobre la Iglesia se fue, desde entonces, afirmando. La presencia de los legados del Papa en toda la Cristiandad; la disminución correlativa del poder de los metropolitanos; la obligación progresiva impuesta a los obispos de prestar juramento de fidelidad al Papa y visitarlo, obligación que ellos aceptan desde el momento en que son nombrados por aquél, dan a la Santa Sede una acción directa y eficaz sobre la jerarquía. La multiplicación de las reservas y la colación de los beneficios menores otorgados por el Papa hacen de la mayoría de los clérigos de la Cristiandad una clientela directa de la Santa Sede que espera de ella sus medios de vida. La protección que otorga a las órdenes mendicantes y a las universidades, cuya creación y desarrollo apoyó durante el siglo XIII, dan al Papa el apoyo de la élite intelectual y espiritual de la Iglesia y de la Cristiandad. El movimiento prosigue y se desarrolla en el siglo XIV con el mismo ritmo de la colación de los beneficios concedidos por la Santa Sede.
    Por medio de una especie de consenso general, y continuando audazmente por el camino abierto por Gregorio VII, el Papa aumenta su poder en todos los dominios, continúa codificando sus decretales y señalando, de este modo, que él es la fuente del derecho canónico; conserva el derecho exclusivo de canonizar a los nuevos santos; refuerza sin cesar su autoridad sobre los obispos por el hecho de que sólo él puede transferir un obispo de un lugar a otro o modificar las circunscripciones diocesanas; reduce la autoridad espiritual de los obispos al reservarse el examen y la decisión en una cantidad de casos relativos a los pecados, los que resuelve su penitenciaría; se reserva el derecho exclusivo de autorizar la creación de studia generalia, es decir, el control intelectual de la Cristiandad.

(...)


                                                                                                               Yves Renouard

Rapsoda anónimo


Érase una jovencita de Lynn,
que pensaba que amar era pecar,
mas cuando estaba bebida
le parecía natural,
¡así que todos le daban gin!

Érase un joven que dijo: ¡corred!
¡ha comenzado el fin del mundo!
al que más temo
es ese maldito Espíritu Santo,
al Padre y al Hijo los manejo bien.


                                                                                         (principios del s. XIX)

Pincelada de Demócrito

"Mente miserable, que, tras tomar tus creencias de nosotros, nos rechazas; nuestro rechazo es tu ruina."

sábado, 12 de enero de 2013

Un jarl de las Orcadas








Hay nueve artes conocidas por mí:
juego a las tablas como un experto,
me equivoco raramente en cuestión de runas,
leer, tallar hierro o madera son cosas a mi
    alcance,
sé deslizarme con suavidad con los esquíes,
manejar un arco, remar a placer;
sé aplicar mi mente a una u otra de estas artes:
el lai del poeta y la música del arpa.


                                                                                                  Rögnvaldr Kali (1135-1158)

Alegoría


Se trata de una metáfora extendida o de una personificación continua. En literatura, implica una narración o descripción figurativa que contiene un significado más o menos oculto, y a menudo moralista. Algunos ejemplos clave de la literatura inglesa son The Pilgrim's Progress (<<El progreso del peregrino>>), de John Bunyan, o The Faerie Queene (<<La reina de las hadas>>), de Edmund Spenser. El relato corto Hoja de Niggle de Tolkien es una alegoría.
    Algunas personas, cuando apareció por primera vez El Señor de los Anillos, interpretaron que el Anillo Único representaba a la bomba atómica. Aparte del hecho de que la idea del Anillo fue concebida mucho antes de que la bomba existiera o ni siquiera se planteara como una posibilidad, tal interpretación sería errónea, porque convertiría a la obra en una alegoría. Tolkien resaltó que tal interpretación confundía significado con aplicabilidad. En su Prefacio de El Señor de los Anillos escribía:

<<Prefiero con mucho la historia, real o ficticia, con su variada aplicabilidad al pensamiento y experiencia de los lectores. Creo que muchos confunden <<aplicabilidad>> con <<alegoría>>, pero la una reside en la libertad del lector, y la otra en la expresa voluntad de dominación del autor.>>


                                                                                                                     Colin Duriez

viernes, 11 de enero de 2013

TI’ IK’ WAY-NAL



Pintura 2 del grupo 2 de la cueva de Joljá, Chiapas

Ley de Esóstrato

(...)

El genio de los grandes hombres, se debe con frecuencia a una distracción. Se equivoca quien considera a la distracción restándole importancia.
    Ella es fundamental. Determina todo.
    Todos los hombres -el Papa, Napoleón, Hitler, y entre nosotros Karadjar o Psylon- nacen de un instante de distracción. Que la vida es una farsa que siempre termina mal, ha sido dicho y redicho. Pero más desconcertante aún es pensar que nadie -ni siquiera Atila o el Papa- ha sido engendrado seriamente.
    Tales son los principios esenciales que hoy día aprenden los niños en todas las escuelas de Anturno. No obstante, en la época superada de la que hablo, la hipocresía era todavía tan grande, que hubiese parecido sacrilegio decir que Psylon o el Gran Sacerdote de los Sistratos, fueran concebidos -como Juana de Arco- en un momento de alegre júbilo.
    Pero, volviendo a la distracción de los hombres de genio: su fuerza deriva de que señalan imprevistamente algo que todo el mundo podía ver desde cien mil años, pero de lo que nadie había tomado conciencia hasta ese momento.
    Si un reumatismo articular no incitara a Arquímedes a repetir ciertos movimientos por consejo de su kinesiólogo, el continuara tomando su baño sin pensar en otra cosa, y hubiera muerto sin enunciar su principio. Y si Newton, mirando al cielo con sus ojos de enamorado perdido, soñando bajo el manzano de Priscilla Mac Duff, hija del pastor, no hubiese recibido el impacto de la manzana sobre la nariz, quedara sin producirse su lucubración de la ley de la gravitación universal. ¿Y cuál el pensamiento de Esóstrato cuando descubrió la ley del círculo? Pudiera ser que pensara en los pechos, firmes y turgentes, de la señora Esóstrato; o, quizás, en la elipse que describía en el cosmos el último satélite XR 200 de observación interplanetaria; o puede que también en el ombligo de la patria de los Valsetios, donde había nacido. Nadie lo sabe; nadie lo sabrá jamás; de tal modo, él mismo lo ignoraba. Una sola cosa es segura, y es una suerte en un universo tan incierto: Esóstrato tenía en la cabeza algo redondo, o, quizás, umbilical.
    De los senos de su querida Agamena, pasó a la redondez oval de Anturno, al círculo perfecto de nuestros dos soles, y a los anillos translúcidos de Saturno; a la redondez de todos los astros siguiendo su curso en el cosmos. Pensó sin duda que no había pechos cuadrados, ni nalgas rectangulares, así fuese en Anturno, sobre la Tierra, o en cualesquiera de los planetas que nuestros platillos habían visitado. Que no existían mundos triangulares, ni ombligos hexagonales -ni siquiera si ciertos hexágonos creen ser los ombligos del mundo-; nada de cometas que tomen un viraje en ángulo recto; y que todo, en este universo, desde las pintas del ocelote hasta el doble anillo de Anturno, pasando por los pechos de Agamena, obedece a la misteriosa ley del círculo; incluso una obra escrita, tan verdad es, para ser perfecta debe poseer la redondez de un huevo.
(...)


                                                                                                          Pierre Daninos

Pincelada de Muad'dib

"No existe ninguna separación entre dioses y hombres; los unos se mezclan suave y ocasionalmente en los otros."

jueves, 10 de enero de 2013

Melek Ṭāʾūs


(Yezidis)
Literalmente "Ángel-Pavo Real", divinidad principal de la secta de los Yezidis, del Asia Anterior. Puesto que esta figura corresponde a la de un Ángel caído en el cristianismo y en el islamismo, a menudo los Yezidis son llamados, poco simpáticamente, los "adoradores del Diablo". El hecho de que en algunas leyendas islámicas, como también entre los drusos, el pavo real tiene un papel de primer plano en la tentación de Eva, ha reforzado indudablemente la ecuación Ángel-Pavo Real = Diablo. En realidad, Melek Ṭāʾūs es el Ángel caído, sí, pero también arrepentido, y devuelto por Dios a su lugar jerárquico primitivo. El mismo Dios creador, como muchas divinidades creadoras, se hace inactivo y distante de los hombres, y Melek Ṭāʾūs termina por hacer de divinidad única. El Ángel-Pavo Real, como dice su nombre, tenía forma de pavo real; de hecho era éste el aspecto tomado por él para esconderse de Dios tras el pecado de rebelión; se había ocultado en una mata de lechuga, pero le asomaba la larga cola, que permitió a Dios descubrirlo. A partir de entonces la lechuga fue maldita y es un alimento prohibido para los Yezidis. En un texto Yezidi, el Libro Negro (Mashaf-i ras, 25), se dice de Melek Ṭāʾūs que <<su forma es la imagen del gallo>>, lo que nos lleva a pensar que el aspecto real del Ángel debe de ser, tal vez, un híbrido entre pavo real y gallo.


                                                     Massimo Izzi; Diccionario ilustrado de los Monstruos